jueves, 27 de octubre de 2011

Ser y tiempo (y tecnología informática)

Horrorizado descubro que la mayor parte de mi tiempo libre es consumido fútilmente (¿existe tal palabra?) frente a la computadora. Siempre “hay algo que hacer”. Bajar una película, buscar información, ver las novedades o postear algo en Facebook (compartir, en uno y otro sentido; lo cual a priori parece positivo), administrar algún que otro archivo. De hecho y sin ir más lejos, en este momento estoy escribiendo esto, mientras podría estar sentado en la plaza mirando jugar a los perros, leyendo o interactuando con alguien, pero in vivo, utilizando lenguaje “científico”. ¡Qué contradicción! Lo que pasa es que ahora tengo necesidad de escribir; digamos que estoy algo así como inspirado. Hablando en serio, espero estas líneas sirvan (cual contrato conmigo mismo) para dejar constancia de esta discordancia y de mi compromiso para cambiarla. Así que seamos breves; dejemos de lados conjeturas y problemáticas existenciales –que las tengo, y cómo- y vayamos a los hechos, o mejor dicho, a los deseos.
Siento que el tiempo no me alcanza, pero peor aún, que hago un mal empleo del mismo. No pido grandes cosas; correr, leer, estar al aire libre, con gente. Y no parece tan difícil ahora que lo leo. Concretamente, en estos días me dieron ganas de aprovechar el clima primaveral y leer, aunque sea unas páginas, en la Plaza San Martín, que siempre está llena de vida (perros, abuelos, parejas adolescentes, estudiantes, palomas; ¡es fabuloso!), o en su defecto en cualquier plazoleta o espacio verde que haya. Lograr eso una tarde de éstas sería tocar el cielo con las manos. También quiero recuperar el estado físico y el ritmo saliendo a correr. Me he dado cuenta que soy algo endorfinodependiente. Y además poder estar con la gente, con mi gente (en singular y en plural, aunque gramaticalmente no corresponda, creo). Es sólo en mi relación con los demás, con el otro -y en esto siento ser reiterativo- que podría decirse que me siento pleno. Y bueno, no está de más dedicarse un poco a los quehaceres domésticos, a la casa, a las compras. Lo que queda, lo cedo generosamente al trabajo.
He descubierto que me gusta mucho escribir, que me hace bien; y me ayuda a pensar, a formular ideas. En otras palabras, me enriquece sobremanera. Por eso, si bien procuraré acotar mis actividades virtuales, quiero continuar escribiendo, aunque intentando no emplear demasiado tiempo. Y creo que es un ejercicio que se puede lograr. Queda en el tintero un análisis más profundo de por qué la gente hoy en día pasa tanto tiempo sentada frente a una pantalla. Y sobre las redes sociales, que aún no comprendo si nos conectan o desconectan.
Es momento de ir a correr.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Apología del trabajo

Gracias Charly, por haberme cambiado el ánimo e incentivarme (sin saberlo) a escribir hoy, que tan bien me hace.

Ha sido una jornada laboral inusualmente larga, bastante extenuante para qué negarlo, de ésas que se dan sólo de vez en cuando. Y qué mejor idea entonces que hablar un poco sobre el trabajo, mi trabajo. Actualmente trabajo en un tema que, en cierto sentido, no es el que más me apasiona. Me costó mucho asumirlo, ya que antes trabajaba en aquel tema que me apasiona. Sin embargo, hoy me encuentro más feliz que antes. En la práctica mi trabajo actual me resulta incluso más agradable, aunque me cueste bastante desarrollar las aptitudes necesarias para llevarlo a cabo. Mi grupo de trabajo, mis compañeros, mi “jefe”, por quienes siento mucho aprecio, son un puntal importante. Me siento cómodo trabajando junto a ellos, con ellos. Disfruto, aprendo y hasta me divierto. ¿Qué más pedir? ¿Música? Tampoco falta, claro.
Dentro de este trabajo estoy aprendiendo cómo vivir fuera de él. Dedicarme a este tema me da la posibilidad de cultivar aquellos otros temas y más; nuevos intereses surgen constantemente. Me quejo de la falta de tiempo (¡y cómo me quejo!) pero ahora tengo el tiempo (que para mí pase volando es otra historia) para ser ciudadano, compañero, amigo, hijo, sobrino, primo, nieto, novio, corredor, jugador de fútbol 5, lector y hasta escritor (al menos de este blog). Y este domingo también elector.



El trabajo me permite ayudar al otro, o al menos intentarlo. Poder hacer de la búsqueda del bien común un fin de la vida laboral -y de nuestra vida- no es poco. Es mucho. Debería recordarlo más seguido; y hacer hincapié en ello.
También me permite superarme a mí mismo. Descubrir, pulir -pero fundamentalmente descubrir- capacidades, cualidades, actitudes, que me sorprenden y reconfortan constantemente. Casi sin darme cuenta voy ganando autonomía; autoconfianza. Voy construyéndolas.
Como dijo Piaget, los pensamientos son acciones interiorizadas; y esta especie de desestructuración forzada en los hechos que he vivido, inspiró nuevas ideas y formas de pensar. Ahora soy más flexible (o menos rígido) y menos dogmático. Para empezar pongo en tela de juicio, basándome en la propia experiencia, la tesis que sostiene que “uno nace para tal o cuál cosa (léase, vocación)”, de la cual se desprende la fatal consecuencia de la infelicidad fuera de ese destino. Cierto es que tampoco me encuentro en las antípodas de mi trabajo ideal -nada más lejos de eso- pero el hecho es que estoy aprendiendo a moldear y adaptar mis expectativas al dinámico y por momentos inextricable pulso vital de la existencia humana. 
Convicciones. El trabajo da libertad y la oportunidad de amar. Y es nexo con el mundo. Seguramente olvido muchas cosas.



miércoles, 5 de octubre de 2011

Get back


¿Qué hay de aquel muchacho que se quedó maravillado observando cómo las hormigas coloradas se organizaban, casi como por arte de magia, alrededor de las miguitas de alfajor que dejábamos caer con mi amigo Sebastián, para llevárselas a su hormiguero y acumularlas junto a otras provisiones para el invierno venidero; allá en una plaza de Soldini, una tarde apacible, frente a la única escuela del pueblo, justo en el horario en que salen los chicos, y después de haber viajado en bicicleta durante algunas horas, campo atraviesa, uniendo tres pueblos vecinos? Aquel que afirmaba preferir el sólo hecho de “ver” ese espectáculo a “tener”, por ejemplo, un auto nuevo, cualquiera fuese. Quiero ser ese muchacho, y ese que se extasiaba frente a la majestuosidad de los caranchos; aquel que se embriagaba en las primeras tardes de la primavera con el perfume de los azares, cuando salía a correr; aquel que era (o se sentía) uno en la paz de las tortugas; que se sintió uno con el mundo al tomar -sentir- la mano de un monito caí; que se conmovió una tarde entera acompañando a una abeja moribunda en su agonía; aquel que se llenó de alegría al percatarse por primera vez del canto a dúo de las parejas de horneros, así como de tristeza y estupefacción al presenciar la brutal defensa territorial acometida por estas aves. Y aquel que se perdió la noche entera entre los misterios y maravillas del universo, descriptas en las páginas de un libro revelador, préstamo de un profesor de segundo año. Y aquel que vivió aventuras indescriptibles junto a Osvaldo Soriano y creció un poco más gracias a Leopoldo Marechal. Y todo el tiempo acompañado por las armonías y compases de los Beatles y Pink Floyd.
Años después vuelvo a identificarme con aquel muchacho, que -aliviado descubro- nunca se fue, sino que simplemente (necesariamente) creció. Cambió de ropaje, pero su esencia es la misma. Y el mundo sigue ahí presente, enriquecedor y dispuesto a dar, a ser vivido. Como siempre.