Tincho, me obligás
a reflexionar sobre por qué es inútil -o, quizá, me arriesgaría a decir, no
ético (ver más adelante)- ser neutral; qué nos motiva a no serlo y qué nos
incita a sí serlo (interrogante número 1). La verdad es genial que nos
incomodes con estos interrogantes, siempre apuntando a que la reflexión nos
lleve a ser un poquito mejor cada día. Es una pregunta difícil, a mi entender,
aunque superficialmente vista parezca una obviedad. Y creo que puede
responderse desde diversos lugares; algunos más racionales, otros más
emocionales y hasta espirituales.
Personalmente (sin
indagar demasiado por "falta de tiempo" ;) pienso que la empatía juega un rol importante, ya que
en uno de los escenarios donde más se pone en juego -y en tela de juicio- la
neutralidad es en las relaciones humanas. Nuestra estrecha vinculación
emocional con los demás -forjada por las fuerzas de la evolución, dado que
somos una especie estrictamente social- nos lleva a sentirnos afectados por los estados emocionales
del otro, por lo que, desde este punto de vista, difícilmente uno pueda
mantenerse –o sentirse- neutral.
Desde el más básico contagio emocional
hasta las formas más complejas de compasión,
siempre nos veremos afectados por el estado del otro. Creo que las emociones y
motivaciones subyacentes son tan fuertes, que luego se extrapolan a problemas
inherentes a los animales, las plantas, la ecología, el planeta. Y llegado a
este punto se me plantea un nuevo interrogante (el número 2). ¿Existe alguna
clase de problemas, donde se ponga en juego nuestra neutralidad, que no tenga
que ver con los seres vivos? (Y con sus relaciones con otros sujetos –vivos- y con su medio ambiente –entendido en el
amplio sentido de la palabra-). ¿Se plantea el dilema de la neutralidad en
problemas de índole estrictamente “abiótica”? Por ejemplo, ¿tiene sentido
plantear la pregunta “por la opinión
acerca de la calidad de un auto o por la belleza de una construcción arquitectónica”
en términos de neutralidad? ¿Será
entonces que la cuestión de la neutralidad sólo tiene sentido entendida como
una postura ética y moral? Y finalmente, entonces (interrogante número 3),
podemos inferir y concluir que la
moralidad tiene una estrecha -acaso exclusiva- relación con nuestra biología?
Relación que podría remontarse a sus raíces, llegando así a la postura
planteada y compartida por muchos, de que somos seres morales, altruistas,
cooperativos y sociales por naturaleza;
en contraposición a la concepción de los teóricos
de la capa, como Rousseau, Hobbes, Huxley (apodado “el bulldog de Darwin”
por haber sido un férreo defensor de sus teorías, y que, paradójicamente, sobre
este tema, sostuvo una postura contraria a estas teorías) o Richard Dawkins
(autor del “célebre” libro El gen egoísta),
quienes conciben la moralidad humana como un artificio cultural, creado para hacer
posible la convivencia y la coexistencia, pese a nuestras tendencias “malvadas
y egoístas”.
Ahora, si por
nuestra naturaleza somos seres morales, no-neutrales,
¿cómo es que (interrogante número 4), sin embargo, muchas veces nos compartamos como si no lo
fuéramos, incluso haciendo gala de nuestra aptitud de buenos “esquivadores”?
¿Tendrá que ver aquí la irrupción de
nuestra alabada racionalidad, cualidad
admirable si se la emplea
adecuadamente y con fines loables, pero peligrosa cuando mal utilizada?
Me he permitido
discurrir –o siendo sincero, divagar- reflexionando sobre el problema de lo inútil de ser neutral, pero creo que de
eso se trata, al menos en parte, la posibilidad de intercambiar ideas: de
enriquecernos mutuamente, de ser catalizadora de nuevas respuestas, o para
muchos, más importante aún, nuevas preguntas. Hoy me surgieron como cuatro.
Gracias Martín.