Pienso que el mundo comenzaría a cambiar radicalmente con tan sólo
erradicar todo tipo de calzado; con tan sólo caminar descalzos.
Comenzaríamos a reconectarnos, directamente, íntimamente, sin
intermediarios -o mejor dicho, barreras-, con la tierra y con La Tierra,
con nuestra naturaleza y con La Naturaleza. Con el tiempo sentiríamos
la necesidad de erradicar el pavimento, el asfalto, y todo tipo de
cobertura -artificial- de nuestro suelo, tan rico y lleno de vida, de
energía, de colores, formas y sustancias. Felizmente (al menos para mí),
no habiendo superficie apropiada para la circulación de los autos, con
el tiempo estas máquinas se irían volviendo obsoletas, perdiendo la
gente gradualmente el interés en ellas, hasta su inexorable extinción.
Desaparecido este becerro de oro moderno, nuestra mente se liberaría (un
poco) y nuestros ojos se alzarían, encontrándose con los de otra
persona, con los de un perro, con un árbol, con un río.
(Escrito esto, vienen a mi mente algunos versos de la canción de Shakira, "Pies descalzos, sueños blancos", y caigo en la cuenta de que tienen mucho en común con este párrafo. Canción que redescubro, sorprendido, y que ostenta una letra rica y profunda, disimulada en el ritmo pegadizo de su melodía. Aquí el link del video del tema, que recomiendo: http://www.youtube.com/watch?v=H0HsoXQKTkE&feature=fvst.)
miércoles, 14 de marzo de 2012
lunes, 12 de marzo de 2012
Nueva extensión de la línea K(ant)
“El hombre
como fin; nunca como medio”. Creo haberle dado una vuelta de tuerca más a esta
expresión, una de las varias formas de enunciar el imperativo categórico
kantiano. Y si no es una vuelta de tuerca, al menos me sirvió de inspiración y
disparador para seguir afinando mi cosmovisión, mi metafísica personal, y para de
paso aplacar un poco mis luchas y contradicciones internas (como la, por
momentos despiadada, batalla ente mi ello, mi yo y mi superyó; o la eterna
dicotomía existencial: producción o angustia). Pero esta nueva interpretación
–acertada o no- no tiene tanto que ver con la ética como con nuestra naturaleza
–social- y los frutos que de tal condición (la social) se desprenden. Sin más
preludios, se trata de extender esta declaración de principios
transformándola en una, simple, declaración
de fines: “la relación (social) con los hombres como fin; más no como
cualquier fin, como el fin por antonomasia”.
Así lo
estoy viviendo por estos días. Y así lo estoy sintiendo. Porque, aunque Kant sea el emblema del Iluminismo de la
razón, esta concepción mía, neonata o en vías de desarrollo, surge de un
sentimiento, de una necesidad, acaso de un instinto, muy fuertes, más que de un
trabajo racional, lógico-deductivo, intelectual. Claro que la razón ayuda a darle
forma a esta materia, entre abstracta
y visceral -una paradoja que tiene sentido y, más aún, da fuerza al argumento
(segunda contradicción), pues ésta es propia de la vida, de lo vivo, de lo
pasional-, y aquí reconozco saberme influenciado, enhorabuena, por mis ideas,
y/o creencias, previas (¿tercera contradicción?) de una naturaleza que nos
abraza a todos por igual, de una comunión con el mundo, pero también de que una
energía particular, léase espíritu o alma, subyace a toda ella y a todos
nosotros (¿cuarta contradicción, descarrilamiento total, o un dualismo posible?).
No obstante, y sin lugar a dudas, la esencia
de la afirmación huele a frescura, a pureza, a inocencia, y florece
espontáneamente, de la manera más natural; como los lazos de amor y amistad
entre las personas.
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