sábado, 21 de abril de 2012

Hard day's night


No me creía capaz de creerme capaz. Y la culpa, la culpa es el cáncer del alma. Y la soberbia. La soberbia muchas veces es culpable de la culpa. En el otro. La virtud del hombre reside en que una sola palabra, un solo gesto, pueden reparar acciones completas, hirientes. Yo lo veo, entre otras cosas, en la amistad. Basta una mirada para que un amigo se haga querer; y oraciones enteras, para pelear. Nuevamente una palabra, vínculo encubierto, para perdonar. Para sentir, hacer prevalecer, el amor. Cae la noche. Gente congregándose al ritmo vital –en sentido técnico y metafórico- de la música. Los cuerpos se mueven, natural y espontáneamente. Imagino la sangre bullendo en las venas. Me remonto a un pasado que no conozco pero imagino, intuyo. Los primeros hombres, danzando al calor del fuego. Los tambores (o algo parecido) sonando. El vínculo se estrecha. Está en nosotros. Vuelvo al presente. Viajo nuevamente, pero no en el tiempo; en el espacio. Tribus aborígenes, en el África y en el Amazonas. Compartiendo el mismo ritual. Aquí entre edificios de concreto y el asfalto. Allí entre los árboles y la tierra. Pero la sangre es la misma. El vínculo. Veo una niña dejándose llevar también. Y un perro bostezando entre la multitud. Y no es sólo eso. Siento, creo ver, expresamente, nuestro legado animal. Además creo en el alma. Me siento bien. Celebro, esta noche, el día del inmigrante libanés. La calle está de fiesta. La gente se ve feliz. Yo me veo feliz. El vínculo.