¿De qué se
trata todo esto? ¿De qué va la cosa? ¿Se trata de ser feliz o de ser fuerte?
¿Existe la felicidad? ¿Existe un sentido? ¿Un final del camino? ¿O es el camino
lo que importa (como dijera Fito Páez)? Y yo que siempre critiqué (critico) y
condené al consumismo, al materialismo, ¿no hay derecho, acaso, a buscar la
felicidad en lo material, en los productos, en las mercancías? ¿Quién dice que
es menos genuina esa búsqueda que aquella que cultiva el espíritu, el
conocimiento, el arte? (Obviamente, pensando y abstrayéndonos –si es que se
puede, sin caer en la infamia- de la explotación de clases, de las terribles
desigualdades, injusticias y miserias que subyacen al sistema de producción de
todos estos pequeños “pedazos de felicidad”.) ¿Y la felicidad puede estar en el
trabajo? ¿Entonces trabajo para ser feliz? ¿Entonces vivo para trabajar? ¿Vivo
para ser feliz? ¿Trabajo para vivir? ¿Aunque muchas veces se nos prive del sol?
¿Es un precio justo a pagar? Y, no sé; a mí me encanta mi trabajo. A mí
también, tanto como sentir el calor y la luz del sol, y la brisa del otoño, y
las endorfinas corriendo por mi sangre durante y después de un buen ejercicio
físico. ¡Ah! ¡Cierto! ¡Las endorfinas! Los (¿escépticos? No, se respeta su
opinión) que consideran la felicidad como parte de un romanticismo, acaso
ingenuo, poco tienen y pueden decir sobre las endorfinas. La felicidad
materializada, hecha hormona. ¿O ahora estamos hablando de placer? ¿Felicidad y
placer son la misma cosa? ¿Son como la idea platónica y su contraparte mundana?
Entonces (!), ¿vivimos para buscar el placer? ¿Somos hedonistas? ¿Y el amor? No
olvidemos al amor. Y a la libertad. Yo no puedo identificar el amor con lo
material, pero sí pienso en la libertad de elegir lo material. Y para mí la
libertad es el fundamento del amor. Me estoy desviando, pero me acuerdo que el
amor es otro “ente” tan cuestionado como la felicidad. Tan maltratados por el
reduccionismo. ¿Son creaciones humanas? ¿Los animales aman, son felices? ¿Y
las plantas? ¿No serán todas, distintas versiones de una misma cosa? ¿Y la Pachamama? ¿Y Gaia? Cuando
volvía a casa me crucé, en la peatonal, con un perro de la calle, que me miraba
–con ojos bondadosos- desde su “cucha” (unos cartones en el piso), entre las
piernas de las muchas personas que iban y venían. Sentí amor. Y también
felicidad.
viernes, 27 de julio de 2012
miércoles, 25 de julio de 2012
Kinesioterapia
Qué experiencia loca y “cortazariana” sufrir de repente una
lesión en la rodilla y tener que comenzar sesiones de kinesioterapia, cosa que
nunca había hecho en la vida. Levantarme más temprano y acostarme
proporcionalmente antes de lo habitual (o
no, y sufrir las consecuencias del cansancio al día siguiente). Comenzar una
rutina diaria de magnetoterapia, ultrasonido y ejercicios, gradualmente más
larga y exigente respecto de los últimos. Conocer gente nueva; las secretarias,
que te abren y cierran la puerta de entrada al llegar y al retirarte, y te
preguntan tu apellido para anunciárselo al kinesiólogo pertinente (Sergio, en
mi caso), quien a los pocos minutos aparece por el espacio que divide la sala
de espera de las camillas y los aparatos para hacer ejercicios y te invita -interrumpiéndote
lecturas anacrónicas sobre el furor de Messi antes del mundial de Alemania (¡las
maravillas que ya se decían de él!, ¡si hubieran podido saber lo que sería después,
ahora!) o la rememoración de los 50 años desde que los Rolling Stones tocaron
por primera vez- a pasar del otro lado; los pacientes, algunos de los cuales se
van volviendo familiares, y uno siente una cosa extraña cuando de repente un
día deja de verlos sabiendo que no volverá a hacerlo, y sabiendo que un día le
tocará a uno mismo dejar de ser visto por los demás (por suerte eso todavía no
ha ocurrido). Y todo eso, para de golpe –a esta altura ya puedo decir que estoy
cerca; sólo me queda un día de rehabilitación, ¡un día!- convertirse en el
paciente que no se verá más por allí, porque debió volver a su antigua rutina,
la de levantarse y desayunar para ir derechito al trabajo. Y entonces aparece
el riesgo, el miedo. Extrañar la rutina de la rodilla, cada detalle de ella. Un
llamado, ubicarse en la camilla, ultrasonido, charla amena con Sergio (principalmente sobre el avance en la
recuperación, pero también sobre trabajo, literatura –Cortázar: pocas veces, acaso
ninguna, he leído un cuento tan mágico, tan visceral y tan dulce, como “La
señorita Cora”- y el frío), magnetoterapia, y como acá me quedo sólo, leer;
luego sacarse la modorra en la que tibia y mansamente uno ha entrado, comenzar
los ejercicios físicos, sentadillas, cuádriceps, gemelos, de vez en cuando
lindos goles en el televisor del gimnasio; y finalmente saludar (a veces
estirar antes), y salir al mundo con un hambre voraz, de desayuno y de vida. Se
acentúa el miedo, el riesgo de vivir anhelando volver a estar ahí, esperando
ser llamado para entrar a la kinesioterapia, esperando y deseando una nueva
lesión que te devuelva a ese cálido y confortable mundo de kinesiólogos,
pacientes y secretarias. Tengo que apurarme y terminar de escribir esto, terminar
antes de que sea mañana, y me haya invadido la angustia.
miércoles, 11 de julio de 2012
El mono teleológico
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¿Salto cualitativo? |
Sí podría
concebir al amor como una construcción cultural, en el siguiente sentido. Todos
los animales sociales forman estrechos vínculos entre los miembros de su grupo,
se preocupan por el otro y cooperan para alcanzar objetivos comunes; pero el
hombre probablemente sea el único capaz de tomar conciencia plena de ello y de
articular un lenguaje que le permita hacer de esa realidad una elección, atribuyéndole a esta última un
sentido, un sentido por y para el qué vivir.
Entonces,
quizá el hombre sí haya dado un salto cualitativo respecto de los demás
primates después de todo. Quizá dicho salto consista en haberse convertido en un
mono teleológico.
Nota: Debo
aclarar que, aunque no desarrollado aquí, mi concepción del amor va más allá de
la ciencia, hallando su principal sustento en el vínculo espiritual y en una
elección activa, libre y conciente de la búsqueda del bien común, para el otro y con el otro.
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