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Y Messi nos
regala, nos devuelve (nos ayuda a recuperar), esas capacidades: la vehemencia y la alegría de lo vivo. Creo que
ya eso bastaría para considerarlo el
mejor jugador de la historia. (Pero ese es otro tema, del cual en algún momento
me ocuparé.) Y lo hace porque su fútbol es poesía y es amor en sí mismo. Porque
es pasión. Porque juega como el primer día, con esa alegría genuina de los
chicos. Y creo que -entre otras cosas- me contagia eso: la re-conexión con –aunque sea una frase
trillada- el niño que todos llevamos dentro. ¡Es tan necesario y saludable no perderlo ni olvidarlo! Después (antes y durante)
están sus goles increíbles, sus asistencias quirúrgicas ("tomá y hacelo"), sus gambetas incontenibles. Sus récords
y estadísticas siderales. Su inteligencia para jugar y analizar cada situación
en milisegundos, su velocidad física. Su voluntad de jugar y seguir, en vez de
tirarse o dejarse caer en la primera de cambio, buscando la ventaja mediocre.
No señores, como alguien advirtió –con mucha lucidez- y posteó en youtube: Lionel Messi never dives.
Podría
decirse que su juego -al igual que su persona- está atravesado por valores fundamentales. Un sentido de la
estética digno del mejor compositor, escultor o pintor. (Porque eso hace: compone
obras, orquesta jugadas, pinta escenas de una belleza acaso inverosímil.) La generosidad. Y la humildad
y la convicción. El ejemplo irrefutable de que se
puede. Por algo será que la gente tanto lo adora, lo idolatra, lo quiere. En
cualquier parte del mundo. Todos son fans
de Lío Messi. Y eso que jugadores que meten goles hay muchos…
Por todo esto
y mucho más: gracias eternas, Lío.