viernes, 24 de agosto de 2012

Messi: el único capaz de hacernos soñar y amar

Es tarde y estoy bastante cansado, pero intentaré escribir estas líneas de agradecimiento. El hecho, las circunstancias, la persona, las jugadas, los goles, lo ameritan. Serán líneas humildes, pero sentidas.

“Messi es el único jugador en el mundo que me hace soñar y amar” sentenció Eduardo Galeano, gran escritor y pensador, y también -como quien suscribe- un amante del fútbol. Creo que no podría yo haber encontrado palabras más exactas para describir mis sentimientos. Y por hacernos soñar y amar es este agradecimiento; por haberme hecho recuperar algo que era tan valioso para mí, y que había perdido, o decidido abandonar. A medida que crecemos, realmente no sé por qué –juro que me lo pregunto día y noche hasta el hastío, y también cómo fuimos capaces de llegar a ello-, vamos perdiendo nuestra capacidad de divertirnos, alegrarnos, de sentirnos vivos y cultivar aquello que nos mantiene vitales, latiendo (“sólo los niños saben lo que buscan", ya lo advirtió el Principito); para convertirnos gradualmente en pseudo-máquinas (o pseudo-hombres) frívolas, estresadas, enajenadas, racionalizadas hasta la náusea, deshumanizadas y desanimalizadas, desvitalizadas, running everywhere at such speed, till they find there’s no need. Y olvidamos lo esencial de esta vida: soñar y amar.

Y Messi nos regala, nos devuelve (nos ayuda a recuperar), esas capacidades: la vehemencia y la alegría de lo vivo. Creo que ya eso bastaría para considerarlo el mejor jugador de la historia. (Pero ese es otro tema, del cual en algún momento me ocuparé.) Y lo hace porque su fútbol es poesía y es amor en sí mismo. Porque es pasión. Porque juega como el primer día, con esa alegría genuina de los chicos. Y creo que -entre otras cosas- me contagia eso: la re-conexión con –aunque sea una frase trillada- el niño que todos llevamos dentro. ¡Es tan necesario y saludable no perderlo ni olvidarlo! Después (antes y durante) están sus goles increíbles, sus asistencias quirúrgicas ("tomá y hacelo"), sus gambetas incontenibles. Sus récords y estadísticas siderales. Su inteligencia para jugar y analizar cada situación en milisegundos, su velocidad física. Su voluntad de jugar y seguir, en vez de tirarse o dejarse caer en la primera de cambio, buscando la ventaja mediocre. No señores, como alguien advirtió –con mucha lucidez- y posteó en youtube: Lionel Messi never dives.
Podría decirse que su juego -al igual que su persona- está atravesado por valores fundamentales. Un sentido de la estética digno del mejor compositor, escultor o pintor. (Porque eso hace: compone obras, orquesta jugadas, pinta escenas de una belleza acaso inverosímil.) La generosidad. Y la humildad y la convicción. El ejemplo irrefutable de que se puede. Por algo será que la gente tanto lo adora, lo idolatra, lo quiere. En cualquier parte del mundo. Todos son fans de Lío Messi. Y eso que jugadores que meten goles hay muchos…

Por todo esto y mucho más: gracias eternas, Lío.

viernes, 10 de agosto de 2012

De amores, dados y entropías


Como sabemos, la naturaleza no juega a los dados; Einstein fue más que claro al respecto. Heisenberg, con su  célebre principio de incertidumbre, sólo nos muestra nuestras limitaciones al momento de pretender conocer el mundo. No obstante, todo objeto y todos aquellos entes inanimados, se rigen, en última instancia, por leyes físicas concretas y precisas. La luz se desplazará de un punto a otro en el espacio a trescientosmil kilómetros por segundo y la piedra con que tropecé esta tarde, seguirá siendo piedra mañana. Esto, al menos intuitivamente. No me animaría siquiera a insinuar que existe un determinismo físico, no me gusta la idea, pero, insisto, intuyo cierta forma de limitación. La cosa se complica y se vuelve más compleja –a la vez que fascinante- cuando entramos en el reino de lo biológico. Ya no es tan fácil decir –como sucedía con la piedra- si el perro que me crucé esta tarde estará allí mañana; mucho menos dónde estará. Parecería haber una especie de grados de libertad, que van aumentando a medida que nos desplazados desde el átomo –desde el bosón de Higgs, para estar al día- hacia el árbol, el perro, el gato (pasando en el medio por las piedras, la arena y el mar). Libertad que perturba nuestra física toda, haciendo tambalear hasta la mismísima entropía.
En fin, el punto es que la naturaleza no juega a los dados, tiene sus reglas, pero el hombre –al menos- parece trascenderlas, ir más allá. Me cuesta mucho imaginarme una persona como un mero cúmulo de materia y energía andante, como una insípida máquina biológica. (Aunque es tentador pensar un espíritu en términos de energías fluyendo, transformándose, intercambiándose; y hasta algo de eso hay.) Sino que más bien, veo en él al ente que es sus infinitas posibilidades, que es proyecto y proyección libres. Más aún, veo, siento, intuyo, como proclamara Sartre, que esa libertad es el fundamento del ser. Que es condición necesaria e insoslayable del amor. Que el amor otorga sentido a la libertad, al ser. Que el espíritu, el alma, es fundamento de ambos, libertad y amor.