El tiempo
pasa, fluye, corre, y un poco me desespera. No puedo seguirle el ritmo. Salgo a
correr, entreno, pero a pesar de mejorar mi resistencia y velocidad, es inútil.
Siempre se (me) escapa. ¿Se escapa realmente? ¿Existe, finalmente, el tiempo?
¿Es la famosa cuarta (de no sé cuántas) dimensión del universo postulada por
Einstein? ¿Es la categoría kantiana, aquella que -junto con el espacio- concibió
el hombre para poder entender el mundo? ¿Es un tiempo absoluto o relativo? ¿O
son los “delta” de tiempo, es decir, sus intervalos, los que ciertamente
importan, como nos develó una noche, a Guille y a mí, un excéntrico astrónomo
en una plaza de Capilla del Monte, mientras yo observaba en su telescopio, por
primera vez, los anillos de Saturno? ¿Cuál es la concepción que vale? ¿La
filosófica, la física, la psicológica? ¿Todas? ¿Ninguna? Sea como sea, ninguna
respuesta parece conformarme, satisfacerme.
A veces
pienso que la mejor forma de resolver el problema es reformular la pregunta, la
–en el más angustiante sentido de la palabra- inquietud, en otros términos.
Mayor pragmatismo, quizá. Entonces, más que preguntar, afirmo: calidad antes que cantidad. Insisto para
mis adentros: grabar a fuego. Golpear al tiempo –y esta expresión denota una
postura ideológica definida, más o menos consciente, y para bien o para mal de
quien suscribe- donde más le duele, donde pierde su razón de ser (algunos
piensan, y es muy respetable, que esta razón de ser del tiempo es su mismísima
pérdida) o su esencia. Quiero decir, con esos momentos o instantes (¡es
imposible escapar al paradigma impuesto por el dios Chronos!) que, parafraseando a Sábato, parecen “detenerse y
extenderse” en la eternidad. Vuelvo a caer en sus trampas. No son momentos ni
instantes. Son sentimientos. Actitudes. Acciones. Son, en definitiva, amor. Sentido, expresado, dirigido y
aplicado. Hacia quien tengo al lado. Hacia el mundo que me rodea. Hacia lo que
hago. Pero no un amor ingenuo, baladí; antes bien, madurado y sustentado en
fuertes convicción y voluntad. Hablo de alegría, de endorfinas, de entrega
(absoluta), de sabiduría, de melodías, de sensibilidad y apertura, de abrazos y
miradas, de humildad, de templanza, de serenidad, de gratitud, y hasta de
coraje e hidalguía.
Ser y hacer en estos valores permiten –al menos a mí
parece funcionarme- vivir en, con, e
incluso más allá, del tiempo. Sin preocuparse por el tiempo; salvo por el mal
tiempo, sobre todo si te olvidás el paraguas.
Y para "no
perder más tiempo", ésto: http://www.youtube.com/watch?v=KK9YetxjPu8
También: http://varietalesdialecticos.blogspot.com.ar/2012/08/de-que-esta-hecho-el-tiempo.html
También: http://varietalesdialecticos.blogspot.com.ar/2012/08/de-que-esta-hecho-el-tiempo.html