domingo, 16 de diciembre de 2012

"¿Quién me quita la paz de la tortuga?"



Me acerqué a observar a mis tortugas; cinco entrañables compañeras de vida. No las siento ni mis “hijas”, ni mis “amigas”, ni nada que se le parezca. Es un vínculo especial, particular, único. Y lo cierto es que –al menos tres de ellas; las dos restantes son hijas de las primeras- me han acompañado durante la mayor parte de mi existencia. Veinticinco de treinta años. No puedo explicar lo que siento por ellas. O mejor dicho, sí: es amor. Del más puro, fuerte y genuino. Tengo toda clase de recuerdos junto a ellas (pero éstos, éstos quedan en mi fuero íntimo), incluyendo momentos de desinteresada compañía, de contención –así los viví yo- en etapas críticas y muy difíciles de mi vida. Ya no las veo mucho –lamentablemente- y es como si hubiera aprendido a vivir sin ellas (creo que así debe de ser).

Pero cuando la vida nos vuelve a juntar, cada tanto, ellas me siguen regalando su inocencia, su amor –sí, hay cosas en las que uno debe jugársela, donde no hay prudencia que valga (sino, es más bien mediocridad), cuestiones que definen a las personas, que le aportan la densidad necesaria para enfrentarse con el mundo y sus infinitos desafíos; y ésta es una: yo creo y afirmo  que un animal, un reptil, nos puede dar, y de hecho nos da, amor-, su paz . Lo hacen a través de su mansa –pero penetrante, como sólo pueden hacerlo los inocentes- mirada, de sus movimientos apacibles e incorruptos, de su actitud pletórica de gratitud.

Anoche, cuando me acerqué, tuve que iluminarlas para poder verlas. Yacían dormidas, tranquilas, entregadas a su confianza en el mundo que les tocó en suerte –el de mi casa-. Y al acariciar la piel de una de ellas, al sentir su calor, su vitalidad y su candor, me conmoví profundamente, sentí ganas de llorar, alegría y tristeza; sentí que, una vez más, me ayudaban a recordar y no olvidarme de quien soy, de quienes somos, de cuál es nuestra esencia compartida que –felizmente- nos une a todos.


 (Nota: Demás está aclarar que las tortugas no son animales domésticos y no deben estar en cautiverio. En mi caso, se trata de una historia que comenzó cuando yo era muy chico. Las circunstancias llevaron a que las cosas sucedieran de este modo; no habiendo, hoy por hoy, otras posibilidades.)

martes, 11 de diciembre de 2012

Crónica de una indignación anunciada


Volvía en el “cole” (101 negro) cuando un simpático –nótese el eufemismo- señor subió y se sentó delante de mí. De repente levanté la vista y pude ver cómo tiraba, hecho un bollito, su boleto por la ventana. Al instante, acaso instintivamente, me indigné; pero no le dije nada. Me quedé pensando en el hecho, que más de una vez me ha tocado presenciar, todas las cuales nunca supe cómo reaccionar. Casi sin proponérmelo, el siguiente diálogo se construyó en mi imaginación, más o menos así:
-Señor, ¿por qué tira el papel a la calle? ¿Qué le costaba guardarlo en un bolsillo y tirarlo al encontrar un tacho de basura?
-¿Y a usted qué le importa?
-¿No se da cuenta de que así perjudica a toda la gente, incluyéndolo a usted mismo?
-No. ¿Por qué?
- Porque tirar basura en la calle es antiestético, antihigiénico y antiecológico. Y además genera mala energía en la gente.
- ¿Por qué?
- Porque una ciudad sucia es fea; la basura en la calle puede contener gérmenes patógenos que se transmiten a las personas; y el acto puede convertirse en un –mal- hábito que se contagie entre la gente: por resentimiento, negligencia o por simple facilitación social. Se tira un papel, una botella, un envoltorio de comida. De esta manera, no sólo se ensucian las ciudades sino los ambientes naturales. Luego, animales mueren enredados en residuos plásticos o atragantados con ellos. Y la gente se mal predispone, se enoja al ver las calles sucias y malolientes; y se enfrenta con –todos- los demás.

Podría prolongar el diálogo –tengo una gran tendencia a la divagación-, pero lo cierto es que en aquel momento terminó ahí; en mi mente, quiero decir. Me pregunto qué me habría respondido el señor luego. Pero más me pregunto si debiera habérselo dicho. Si me corresponde. Y si mi corresponde, si no hay otras maneras más efectivas y eficientes de generar conciencia. Creo que un llamado de atención por parte de un extraño, de un otro, por más respetuoso que sea, la mayor parte de las veces será contraproducente, y generará más broncas que reflexiones. Intuyo que no faltarán oportunidades para averiguarlo...