Me acerqué a observar a mis tortugas; cinco entrañables
compañeras de vida. No las siento ni mis “hijas”, ni mis “amigas”, ni nada que se
le parezca. Es un vínculo especial, particular, único. Y lo cierto es que –al menos
tres de ellas; las dos restantes son hijas de las primeras- me han acompañado durante
la mayor parte de mi existencia. Veinticinco de treinta años. No puedo explicar
lo que siento por ellas. O mejor dicho, sí: es amor. Del más puro, fuerte y
genuino. Tengo toda clase de recuerdos junto a ellas (pero éstos, éstos quedan
en mi fuero íntimo), incluyendo momentos de desinteresada compañía, de contención
–así los viví yo- en etapas críticas y muy difíciles de mi vida. Ya no las veo
mucho –lamentablemente- y es como si hubiera aprendido a vivir sin ellas (creo que
así debe de ser).
Pero cuando la vida nos vuelve a juntar, cada tanto, ellas
me siguen regalando su inocencia, su amor –sí, hay cosas en las que uno debe
jugársela, donde no hay prudencia que valga (sino, es más bien mediocridad), cuestiones
que definen a las personas, que le aportan la densidad necesaria para
enfrentarse con el mundo y sus infinitos desafíos; y ésta es una: yo creo y afirmo
que un animal, un reptil, nos puede dar,
y de hecho nos da, amor-, su paz . Lo hacen a través de su mansa –pero penetrante,
como sólo pueden hacerlo los inocentes- mirada, de sus movimientos apacibles e
incorruptos, de su actitud pletórica de gratitud.
Anoche, cuando me acerqué, tuve que iluminarlas para poder verlas.
Yacían dormidas, tranquilas, entregadas a su confianza en el mundo que les tocó
en suerte –el de mi casa-. Y al acariciar la piel de una de ellas, al sentir su
calor, su vitalidad y su candor, me conmoví profundamente, sentí ganas de llorar,
alegría y tristeza; sentí que, una vez más, me ayudaban a recordar y no
olvidarme de quien soy, de quienes somos, de cuál es nuestra esencia compartida
que –felizmente- nos une a todos.
(Nota: Demás está aclarar que las tortugas no son animales domésticos y no deben estar en cautiverio. En mi caso, se trata de una historia que comenzó cuando yo era muy chico. Las circunstancias llevaron a que las cosas sucedieran de este modo; no habiendo, hoy por hoy, otras posibilidades.)