lunes, 29 de julio de 2013

(Intacta) Esperanza

Pretendemos que haya trabajo, salud, educación, seguridad –en definitiva, que el país marche (bien) en términos socio-económicos- pero nos quejamos de que no podemos importar tal o cual “producto” y no nos queda otra que comprar las porquerías que hacen en Argentina (porque lo de afuera –por definición- siempre es mejor). ¿Cómo puede hacer un país para crecer y no estancarse si se limita a “generar” ganancias sólo a través de la venta de materias primas, –que, dicho sea de paso, son propiedad de una minoría-? ¿Cómo vamos a tener una industria de calidad si siempre la menospreciamos y elegimos la foránea? Porque para mejorar se necesitan recursos; los cuales no florecen del suelo como –sólo por el momento- el petróleo. Se trata de un proceso dinámico. Es como el típico bar que insiste en pedir, en carácter de “excluyente”, mozos con experiencia. ¿Cómo podría uno tenerla si nunca se puede entrar en el mercado laboral? Es un círculo vicioso y cerrado herméticamente. ¿Y cómo podemos pedir seguridad cuando nosotros, día a día, arrebatamos y hasta dejamos agonizando la dignidad y la confianza de nuestra gente más cercana? Y casi sin darnos cuenta. A veces pedimos mucho para lo poco que damos. O resulta que levantar torres junto al río es descabellado, pero tirar el pucho o el boleto inútil en la calle no lo es; quizá hasta algunos crean que es un acto patriótico. Y ¡ay! de pretender trabajar menos o ganar más. Los que lo hacen –unos vagos desagradecidos- quizá ignoran el ejército de pobres que hay detrás, a la espera de una oportunidad para empeñar su amor propio. ¡Y por mucho menos! Y qué fácil es inventarnos un chivo expiatorio: si no es el gobierno deben ser los negros de m… A veces pareciera que nos esforzamos por obtener el mote de “seres viles y egoístas”. Por suerte, muchos –sí,  muchos- demuestran, en cada momento y en cada lugar, que otro camino es posible. Y entonces mi esperanza permanece intacta.  

jueves, 25 de julio de 2013

Todos los caminos conducen al Otro

Corrían las siete de la tarde cuando mi partido comenzó. Digo mi partido, porque yo me  jugaba más que una victoria en el fútbol. Prácticamente desde el primer día venía perdiendo todos mis partidos. Sí, todos. El ganador no era otro que el perdedor mismo; es decir, yo. Había utilizado todo tipo de recursos, tácticas y estrategias para salir victorioso. Pero casi siempre en vano. Cambiaron los equipos, los jugadores, las camisetas, las medias altas, las medias bajas, los resultados. Curiosamente en la cancha casi todos eran empates. No sé si porque éramos muy buenos, o muy malos. Pero en mi cancha –que más que verde, era negra- todas eran derrotas. No sé por qué me costaban tanto esos partidos. Lo más gracioso es que los sábados todo era diferente. Ahí era un Messi en mis encuentros. Pero sólo ahí. Luego volvía, irremediablemente, a las ligas menores de mi preciada psique. Pero hoy todo comenzó de manera diferente. Un poco más rojinegro, las medias bajas, los amigos cerca. Y la charla previa de Mauri. No tanto por lo que dijo –que fue muy importante y atinado- sino porque me lo dijo. La calidez en la cancha crecía y era mucha pese a las bajas temperaturas. Jugadas, goles (míos no; no entiendo por qué no se me dan acá, cuando sí allá; jugadas idénticas, o en esencia, muy distintas entre sí), corridas extenuantes a la vez que estimulantes, y el palo. Como la montaña no iba a Mahoma, yo fui al palo. Y cómo fui. Finalizaba un partido para mí, pero otro continuaba. Otro en el que por fin estaba saliendo victorioso. Y en esos últimos minutos, la cosa terminó en goleada. El afecto y la contención de todos mis compañeros y amigos, la preocupación sincera, los chistes. El perfume y los colores de una flor, la noche invernal en la ciudad, los taxis, la paz de un sanatorio tranquilo, los rayos X, la increíble remontada del Mineiro, y el diagnóstico feliz: la placa no muestra nada; en unos diez días podrás volver a jugar. Y desde entonces, apenas unas horas, espero ese momento. Volver a jugar a la pelota con los chicos y seguir superando a ese rival tan talentoso, con actitud, voluntad y esfuerzo. Emular a Leo, al menos con mi carácter.