Pretendemos
que haya trabajo, salud, educación, seguridad –en definitiva, que el país marche
(bien) en términos socio-económicos- pero nos quejamos de que no podemos
importar tal o cual “producto” y no
nos queda otra que comprar las porquerías que hacen en Argentina (porque lo de
afuera –por definición- siempre es mejor). ¿Cómo puede hacer un país para
crecer y no estancarse si se limita a “generar” ganancias sólo a través de la
venta de materias primas, –que, dicho sea de paso, son propiedad de una minoría-?
¿Cómo vamos a tener una industria de calidad si siempre la menospreciamos y
elegimos la foránea? Porque para mejorar se necesitan recursos; los cuales no
florecen del suelo como –sólo por el momento- el petróleo. Se trata de un
proceso dinámico. Es como el típico bar que insiste en pedir, en carácter de “excluyente”,
mozos con experiencia. ¿Cómo podría
uno tenerla si nunca se puede entrar en el mercado laboral? Es un círculo
vicioso y cerrado herméticamente. ¿Y cómo podemos pedir seguridad cuando
nosotros, día a día, arrebatamos y hasta dejamos agonizando la dignidad y la
confianza de nuestra gente más cercana? Y casi sin darnos cuenta. A veces
pedimos mucho para lo poco que damos. O resulta que levantar torres junto al
río es descabellado, pero tirar el pucho o el boleto inútil en la calle no lo
es; quizá hasta algunos crean que es un acto patriótico. Y ¡ay! de pretender
trabajar menos o ganar más. Los que lo hacen –unos vagos desagradecidos- quizá ignoran
el ejército de pobres que hay detrás, a la espera de una oportunidad para
empeñar su amor propio. ¡Y por mucho menos! Y qué fácil es inventarnos un chivo
expiatorio: si no es el gobierno deben ser los negros de m… A veces pareciera
que nos esforzamos por obtener el mote de “seres
viles y egoístas”. Por suerte, muchos –sí, muchos- demuestran, en cada momento y en cada
lugar, que otro camino es posible. Y entonces mi esperanza permanece intacta.
lunes, 29 de julio de 2013
jueves, 25 de julio de 2013
Todos los caminos conducen al Otro
Corrían las
siete de la tarde cuando mi partido
comenzó. Digo mi partido, porque yo me
jugaba más que una victoria en el fútbol. Prácticamente desde el primer
día venía perdiendo todos mis
partidos. Sí, todos. El ganador no era otro que el perdedor mismo; es decir, yo. Había utilizado todo tipo de
recursos, tácticas y estrategias para salir victorioso. Pero casi siempre en
vano. Cambiaron los equipos, los jugadores, las camisetas, las medias altas,
las medias bajas, los resultados. Curiosamente en la cancha casi todos eran empates. No sé si porque éramos muy
buenos, o muy malos. Pero en mi
cancha –que más que verde, era negra- todas eran derrotas. No sé por qué me
costaban tanto esos partidos. Lo más gracioso es que los sábados todo era
diferente. Ahí era un Messi en mis encuentros. Pero sólo ahí. Luego volvía,
irremediablemente, a las ligas menores de mi preciada psique. Pero hoy todo comenzó de manera diferente. Un poco más
rojinegro, las medias bajas, los amigos cerca. Y la charla previa de Mauri. No
tanto por lo que dijo –que fue muy importante y atinado- sino porque me lo dijo. La calidez en la cancha crecía
y era mucha pese a las bajas temperaturas. Jugadas, goles (míos no; no entiendo
por qué no se me dan acá, cuando sí allá; jugadas idénticas, o en esencia, muy
distintas entre sí), corridas extenuantes a la vez que estimulantes, y el palo. Como la montaña no iba a Mahoma,
yo fui al palo. Y cómo fui. Finalizaba un
partido para mí, pero otro
continuaba. Otro en el que por fin estaba saliendo victorioso. Y en esos
últimos minutos, la cosa terminó en goleada. El afecto y la contención de todos
mis compañeros y amigos, la preocupación sincera, los chistes. El perfume y los
colores de una flor, la noche invernal en la ciudad, los taxis, la paz de un
sanatorio tranquilo, los rayos X, la increíble remontada del Mineiro, y el
diagnóstico feliz: la placa no muestra
nada; en unos diez días podrás volver a jugar. Y desde entonces, apenas
unas horas, espero ese momento. Volver a jugar
a la pelota con los chicos y seguir
superando a ese rival tan talentoso, con actitud, voluntad y esfuerzo. Emular a
Leo, al menos con mi carácter.
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