martes, 25 de febrero de 2014

20 minutos

A falta de inspiración, y con la esperanza de encontrarla a fuerza de escribir como ejercicio, he aquí algunas apreciaciones sobre el día de hoy.

Primera vez en meses que dispongo de bastante tiempo para mí. Siempre que pasa me desespero cual perro con dos platos (o más) de comida. No sé cuál o cuáles elegir. Tanto que termino haciendo nada. O muy poco. En este momento deseo tanto leer, escuchar música, hacer cosas en la casa –y suerte que ayer ya fui a correr-. (Tema recurrente, lo sé.) José Pablo Feinmann, Erich Fromm, Cortázar, Frans de Waal, Mary Shelley… ¡¿Cómo elegir?! Para sacarme estos dilemas de encima decido escribir. Ya no tengo que elegir entre Lennon o White Stripes. Entre tanto, mi vecina toca a la puerta y nos regala un plato de fideos al pesto que hizo especialmente para nosotros (bah, para ella). Un gesto tan cálido que bien podría redimir todos los malos actos del resto de la gente. O al menos alimenta, fortalece, mi fe en el otro. No sé cómo –ya lo recordé; pero no es importante- doy con unas fotos que hace mucho no veo. Que vi muy pocas veces, de hecho, pese a los momentos y personas tan especiales –y su mágica confluencia- que retratan. Me pierdo en aquellos recuerdos. Me olvido del tiempo. Lo disfruto. Amo, suelto, soy yo mismo. Y escribo esto en tan sólo veinte minutos (!).    

sábado, 22 de febrero de 2014

(What's the Story) Morning Glory?



Recién llego al trabajo, a mi trabajo. Me siento bien. Debería ser precavido, pero, ¿para qué negarlo? Me gusta. En este momento, imagino que el trabajo que tenga que hacer durante el resto del día puede ser lindo, y hasta estimulante. También hay otras cosas que hacen a este sentimiento: mis compañeros (que en algún comenzarán a caer –de hecho, acaba de caer la primera-), el mate, Del Frade en la radio (y más tarde, la música), mis fotos de Messi y los Beatles, la esperanza intrínseca del amanecer, que renace con fuerza día tras día. 

Pero volviendo al trabajo. Todo parece ideal, acaso idílico. ¿Por qué entonces, tarde o temprano, termino con esa sensación de desasosiego y derrota al finalizar la jornada, e incluso antes? Trato de ser objetivo. Es difícil. Me cuesta. No creo que sea por extrañar a los monos, a los animales y sus conductas (que, en efecto, extraño); tiene que ver con otra cosa. Con las grandes dificultades con las que termino chocando casi inexorablemente una vez que me pongo manos a la obra. Y la consecuente frustración. Intento. Estudio. Reintento. Trato de buscar alternativas. Pero no hay caso. La cosa avanza poco y nada. Al menos, pensando en los cánones establecidos. (Qué tema ese…) Y entonces es cuando ya pierdo las fuerzas y las ganas de hacer todo lo que hay que hacer para iniciar, desarrollar y completar un experimento. Cuando siento casi la certeza de que el experimento no va a dar. Porque casi nunca da. Y otra lucha, más difícil aún. La lucha conmigo mismo. Esa sensación, constante y difícil de extirpar, de que el culpable de tales avatares cotidianos soy yo. Mi impericia. Mi falta de criterio y sentido común para este tipo de asuntos.

Es curioso, porque para otras cosas pienso que soy bueno. O, al menos, mejor que para éstas. ¿Será que es así? ¿Que uno puede ser bueno para algo y tan malo para otra cosa? Lo cierto es que ambas tienen que ver con el conocimiento, y específicamente, el conocimiento de la vida, el mundo, la naturaleza. Y me gustaría poder saber mucho y manejar los temas que estudio. Y, aunque no me apasionan tanto como la conducta animal y la naturaleza humana (entre otros), me interesan y desearía poder ser un entendido en las disciplinas que hoy por hoy me ocupan. Ya veremos cómo discurre esta historia, que amanece diariamente, durante los próximos dos años. Ya veremos también qué pasará con la ecología, la etología y la antropología. Por lo pronto: debo procurar desarrollar la entereza y dedicación necesarias para sacar adelante –y hasta disfrutar, y por qué no, dejarme apasionar (por)- este doctorado. ¿Podré? ¿Sólo dependerá de mí? ¡A trabajar!