A ver si te hacés hombre de una vez, viejo. Basta de
lloriqueos infantiles y de miedos cobardes. Y si los miedos están, si aparecen,
enfrentalos. Así de simple. ¿Hasta cuándo si no vas a seguir así? Pisando los
treinta y tres. Si estuviste en el mismísimo desierto bajando riscos empinados
para bañarte en una cascadita mientras los jotes revoloteaban expectantes a tu
alrededor. Y en la selva casi te perdés mientras no cesaban de picarte mosquitos
voraces y animales peligrosos amenazaban con aparecer a cada paso que dabas. Y
en la alta montaña, sólo en una cabaña de piedra en el medio de la nada,
pasaste la noche más fría de tu vida teniendo que elegir entre helarte hasta la
médula o dormir inmerso en el humo de una fogata frustrada. ¿No te sirvió para
nada todo eso? Confiá en vos. Con-fiá. Pensá un poquito menos. Intuí. Canalizá
esa energía negativa. Expresala. Manifestala. Transformala. Llorá. Quizá mejor,
reíte. De vos. De la situación. Del absurdo. Capitalizalo. Soltalo. Naturalizalo.
Echá mano de tantos años de enseñanzas. Cambiá, un poco. Todo es cambio en
definitiva. Sacá el valor que tenés ahí dentro y disfrutalo. Animate. Disfrutá
de verte donde nunca antes. Conocete y querete un poco más. Dale.