Yo pienso que el mundo aún tiene esperanza. O dicho
de otra forma, yo tengo aún esperanza en el mundo. Ya lo he dicho hasta el
cansancio –al menos a mí mismo-, pero un solo gesto de una sola persona, puede
–y de hecho, lo hace- redimir cien malos gestos de (¿malas?) personas. Será eso
que llaman “la fuerza del amor”, quizá. Sin embargo cuesta el día a día en esta
sociedad tan extraña, tan enajenada. Y hay que sacarse el sombrero ante el
temple y la fortaleza del hombre, que casi siempre sale airoso de todas las
dificultades que este estilo de vida moderno conlleva. Bah, creo. Ayer me
advirtieron –muy atinadamente-: “no subestimes el valor de la libertad”. Gran
verdad. Tanto como su contracara más oscura: cómo cuesta hacerse cargo de la
responsabilidad que de esa libertad se deriva. Muchos prefieren no hacerlo.
Será por eso que existe el masoquismo. Y el consumismo. Y quizá casi todos los ismos. En un vértigo constante, sin
tiempo para darse cuenta de este ritmo atroz, o sin posibilidades
(¿económicas?) de bajar un cambio. Sin tiempo para mirarte a los ojos. Fast food, serie y a dormir, que mañana
será otro día. Igual al de hoy. ¡Todo ya, todo ya! Y así casi indefinidamente.
¿Por qué uno se ofusca tanto por cosas que no valen la pena? ¡Vaya forma de
divagar! Igual que en los viejos tiempos. No estoy yendo a ningún lado, me
parece, pero qué se yo. Vuelvo a repetirme: al final, lo único que importa son
las personas, los vínculos, el amor que los (y nos) trasciende. La cerveza con
un amigo. La peli con tu pareja. Los mates con los compañeros. Los momentos
compartidos. Las experiencias transmitidas. Las imágenes, sensaciones táctiles
y sonidos grabados para siempre. Las presencias, y acaso las ausencias. Así nos
enriquecemos. Y somos un poquito todos.
Extensible a los libros y las artes, a través de los cuales las personas se
expresan al mundo, que somos nosotros; quién más. El resto es prescindible.
Digno del desapego, como también me enseñaron.
miércoles, 1 de abril de 2015
jueves, 26 de marzo de 2015
Mi amigo el dotor
Agridulce paradoja que momentos personales tan difíciles te priven de compartir
determinados acontecimientos importantes en la vida de personas queridas, los
cuales -estos últimos- a su vez, terminan siendo motor, fuerza y fuente de energía para salir adelante
en tan complejas circunstancias.
En estos días me perdí las defensas de tesis de muchos de los
chicos con los cuales compartí cuatro años increíbles, de conocimiento mutuo y
amistad crecientes, y que se fueron haciendo parte de mi historia. Fútbol,
(pseudo)filosofía, cerveza, literatura, música, consejos, aguante, congresos, risas
y alguna que otra bronca también. Una vez dije “que los demás se jacten de las
tesis que escriban, yo quisiera jactarme de los agradecimientos de otras tesis
en los que aparezca”. Y algo así puedo decir que pasó (y espero que siga
pasando) por estos días. Porque, pese a mis constantes ausencias –físicas y/o
mentales- en los últimos tiempos, no he dejado de sentirme apreciado y presente
para con mis compañeros de ruta. Ber,
invitándome a su casa a celebrar; Santi, poniendo mi foto en el mural del grupo;
Gasti, con sus palabras de agradecimiento tan gratificantes. Pablito,
a quien conozco desde mis doce años y reencontré quince años después, y siento que
es especial volver a coincidir en este momento visagra. Roxi, que, ahora
doctora, sabiamente me cura un poquito a fuerza de humor (“playito, hondo,
playito, hondo”). Verdaderos presentes.
Veo las fotos grupales de cada defensa y siento, por no
haber estado ahí, como una espina clavada que no me deja de pinchar. Pero sé que
aquello duele, agridulce paradoja, duele porque a lo largo de estos años se
hicieron parte de mí, y yo de ellos. Y eso alegra, y es para siempre. Gracias por
enriquecerme. ¡Salud y felicitaciones, amigos dotores!
Y ojalá pueda estar en las próximas defensas.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)