Agridulce paradoja que momentos personales tan difíciles te priven de compartir
determinados acontecimientos importantes en la vida de personas queridas, los
cuales -estos últimos- a su vez, terminan siendo motor, fuerza y fuente de energía para salir adelante
en tan complejas circunstancias.
En estos días me perdí las defensas de tesis de muchos de los
chicos con los cuales compartí cuatro años increíbles, de conocimiento mutuo y
amistad crecientes, y que se fueron haciendo parte de mi historia. Fútbol,
(pseudo)filosofía, cerveza, literatura, música, consejos, aguante, congresos, risas
y alguna que otra bronca también. Una vez dije “que los demás se jacten de las
tesis que escriban, yo quisiera jactarme de los agradecimientos de otras tesis
en los que aparezca”. Y algo así puedo decir que pasó (y espero que siga
pasando) por estos días. Porque, pese a mis constantes ausencias –físicas y/o
mentales- en los últimos tiempos, no he dejado de sentirme apreciado y presente
para con mis compañeros de ruta. Ber,
invitándome a su casa a celebrar; Santi, poniendo mi foto en el mural del grupo;
Gasti, con sus palabras de agradecimiento tan gratificantes. Pablito,
a quien conozco desde mis doce años y reencontré quince años después, y siento que
es especial volver a coincidir en este momento visagra. Roxi, que, ahora
doctora, sabiamente me cura un poquito a fuerza de humor (“playito, hondo,
playito, hondo”). Verdaderos presentes.
Veo las fotos grupales de cada defensa y siento, por no
haber estado ahí, como una espina clavada que no me deja de pinchar. Pero sé que
aquello duele, agridulce paradoja, duele porque a lo largo de estos años se
hicieron parte de mí, y yo de ellos. Y eso alegra, y es para siempre. Gracias por
enriquecerme. ¡Salud y felicitaciones, amigos dotores!
Y ojalá pueda estar en las próximas defensas.