miércoles, 1 de abril de 2015

Fast food, serie y a dormir

Yo pienso que el mundo aún tiene esperanza. O dicho de otra forma, yo tengo aún esperanza en el mundo. Ya lo he dicho hasta el cansancio –al menos a mí mismo-, pero un solo gesto de una sola persona, puede –y de hecho, lo hace- redimir cien malos gestos de (¿malas?) personas. Será eso que llaman “la fuerza del amor”, quizá. Sin embargo cuesta el día a día en esta sociedad tan extraña, tan enajenada. Y hay que sacarse el sombrero ante el temple y la fortaleza del hombre, que casi siempre sale airoso de todas las dificultades que este estilo de vida moderno conlleva. Bah, creo. Ayer me advirtieron –muy atinadamente-: “no subestimes el valor de la libertad”. Gran verdad. Tanto como su contracara más oscura: cómo cuesta hacerse cargo de la responsabilidad que de esa libertad se deriva. Muchos prefieren no hacerlo. Será por eso que existe el masoquismo. Y el consumismo. Y quizá casi todos los ismos. En un vértigo constante, sin tiempo para darse cuenta de este ritmo atroz, o sin posibilidades (¿económicas?) de bajar un cambio. Sin tiempo para mirarte a los ojos. Fast food, serie y a dormir, que mañana será otro día. Igual al de hoy. ¡Todo ya, todo ya! Y así casi indefinidamente. ¿Por qué uno se ofusca tanto por cosas que no valen la pena? ¡Vaya forma de divagar! Igual que en los viejos tiempos. No estoy yendo a ningún lado, me parece, pero qué se yo. Vuelvo a repetirme: al final, lo único que importa son las personas, los vínculos, el amor que los (y nos) trasciende. La cerveza con un amigo. La peli con tu pareja. Los mates con los compañeros. Los momentos compartidos. Las experiencias transmitidas. Las imágenes, sensaciones táctiles y sonidos grabados para siempre. Las presencias, y acaso las ausencias. Así nos enriquecemos. Y somos un poquito todos. Extensible a los libros y las artes, a través de los cuales las personas se expresan al mundo, que somos nosotros; quién más. El resto es prescindible. Digno del desapego, como también me enseñaron.