Salgo al balcón a tomar aire; la tarde es agradable después
de los calores abrumadores de ayer. Anochece y la oscuridad del crepúsculo le
va ganado a las últimas luces del día. En el edificio de la esquina veo, en
diferentes balcones, a una chica sola y
a otra acompañada por una amiga. En verdad sólo percibo sus siluetas, sus
formas opacas dibujándose sobre el escenario de fondo. Todo es muy oscuro, a no
ser por tres rectángulos de luz casi furiosa; tienen diferentes tamaños y cada
uno ilumina la cara de una de las chicas. Luciérnagas urbanas de plástico y
cristal líquido, se mueven autosuficientes ante mis ojos. De repente una –la más
grande- parece reposar en una mesa, dejándome ver con su luz a la chica solitaria,
que se está peinando. Las otras dos iluminan ahora el rostro de las amigas,
enfrentadas entre sí. Una de ellas brilla rectangularmente frente a mí; la otra
–la más pequeña de las tres- sólo se advierte por el rostro encendido de la
chica en la oscuridad. Lo último que veo antes de irme adentro es como las dos
luciérnagas se juntan, acentuando el fulgor del rostro encendido.
sábado, 13 de febrero de 2016
Paseo
Durante un paseo de tres cuadras y media (ida y vuelta) en
busca de facturas observo, entre otras cosas: un perro labrador (¿muy?) anciano,
echado en la vereda; el frente de un edificio repleto de cajas, como un
depósito al aire libre, signo de la llegada o partida de alguien en aquel
lugar; dos amigas en una esquina abrazándose con cierto grado de solemnidad
(aunque ignoro por completo los motivos); la panadería cerrada, y con un
colchón (?) en la puerta; una ex compañera de la facu, que no veo desde hace
ocho años, caminando con sus dos hijos; una mujer hablando por celular con alguien
a quien recrimina –no sin cierta congoja- un extraño y excesivo interés por una
casa; una pareja de ancianos, que es bastante común verlos, pero no deja de ser
especial. Una de las cosas que me maravillan de la ciudad es que puedo caminar
años enteros por la misma cuadra y nunca dejo de descubrir cosas nuevas. El
mundo es, aún en su cotidianeidad, inconnmensurable. En fin, me quedé con las
ganas de las facturas.
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