martes, 17 de mayo de 2016
Palabras que se lleva el viento...
De repente entendí que no me sacaban el mero placer de leer (o de ver cine o escuchar una obra). Me sacaban una herramienta –más inconsciente que consciente- para comprender el mundo, darme cuenta de sus injusticias e, idealmente, obrar en consecuencia. Como dijo Marx: “Hay que hacer la opresión real aún más opresiva, agregándole la consciencia de la opresión; hay que hacer la ignominia aún más ignominiosa, publicándola”. Y no hace falta leer un ensayo sobre explotación e injusticia social para adquirir y ejercitar esas herramientas, sino que estas se afianzan por la riqueza y la fuerza de las ideas, emociones y hasta de las propias palabras sueltas –recuerdo el tema “Por”, del Flaco-, que (¿casi?) cualquier expresión humana tiene por naturaleza. Pero si no tengo tiempo ni energía para tirarme a escuchar un disco, mucho menos los tendré para tomar conciencia de su falta, y así sucesivamente. El peligro de naturalizar las cosas. ¿Por qué debo conformarme con una o dos hor(it)as al día de “recreación”? (El tiempo justo para que la tele me cuente de qué va el mundo.) Y sí, hay otros que están peor. ¿Pero por eso hay que aceptar mi situación y su situación, es decir, nuestra situación? Palabras que se las lleva el viento…
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