He descubierto el secreto de la felicidad: tener la certeza de que siempre habrá alguien allá afuera con quien hablar o, simplemente, estar.
Los agradables empleados y empleadas del Palacio de la Oportunidad, la estudiante de Terapia ocupacional en la Plaza Pringles; el chico de la calle (me perturba la expresión) que jugaba con ella y con cuya alegría era imposible no empatizar; los artesanos y artesanas que vendían libros en la misma plaza; la señora que paseaba un bretón viejo y enfermo portando orgulloso entre sus mandíbulas una pichón de paloma muerto (es porque es una raza cazadora, aclaraba también orgullosa su dueña); la familia que se acercó a ellos asombrados por la bucólica (?) escena; el empleado estatal (pronto a jubilarse) que esperaba a su hermana mientras ella escuchaba poesía en la Biblioteca Argentina (pero él se aburría y se escapó); las decenas de adolescentes que, agrupándose como gaviotas que coinciden de repente en un punto de la playa (o de la plaza), sobrecargan el ambiente con su energía de tormenta eléctrica (se ríen, rapean, se abrazan, se besan); un amigo militante que paseaba con su novia; el paseador de perros que compartió conmigo sus historias (por su edad debía tener muchas) y las cuadras y el paso indagador de Sasha.
Como rezaba la intro de X-Files: la verdad está ahí afuera.
viernes, 11 de noviembre de 2016
lunes, 7 de noviembre de 2016
Genkidama escolar
Absorbo, me dejo penetrar, por toda esa energía increíble de los chicos, esa vitalidad casi ofensiva. Cual Gokú haciendo el Genkidama. No hay angustia que esa energía no cure (o no anestesie, al menos). Me siento en deuda.
Entonces me pregunto quién les roba luego esa energía, quién la corrompe. Por qué después algunos vivirán para explotar gente o consumir cosas. Por qué otros pueden terminar desayunando vino a las nueve de la mañana y hablando solos; como ese pobre tipo que estaba en la parada del cole, monologando sobre películas policiales y sentenciando al final de cada frase: la realidad é otra cosa. Estoy en deuda.
Entonces me pregunto quién les roba luego esa energía, quién la corrompe. Por qué después algunos vivirán para explotar gente o consumir cosas. Por qué otros pueden terminar desayunando vino a las nueve de la mañana y hablando solos; como ese pobre tipo que estaba en la parada del cole, monologando sobre películas policiales y sentenciando al final de cada frase: la realidad é otra cosa. Estoy en deuda.
sábado, 5 de noviembre de 2016
Frankenstein 2.0
La esperamos con tanta expectativa, con tanta ilusión. Finalmente llegó. Al principio fue todo alegría, el colmo de la felicidad. Era tan hermosa y tan pequeña. Nos encantaba mirarla. Pasábamos el día entero junto a ella. Hasta que empezamos a notarlo. Nunca nos hablaba. Al principio supusimos que sería normal. Pero el tiempo transcurría y ella seguía sin responder. Luego comenzamos a sentir su distancia, su frialdad. Hasta que finalmente entendimos que jamás nos abrazaría, que jamás correría a darnos un beso. Su piel de carbono, aluminio y látex, sus órganos de silicio, germanio y cobre, carecían de vitalidad, eran indiferentes al mundo. No teníamos un origen común que nos conectara, una raíz que nos hermanara. Solo era una inerte y estúpida máquina. Solo era una computadora.
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