Debería estar leyendo a Saer. Quisiera estar leyendo a Saer. Ahora, en este momento, a las nueve de la noche. Y lo voy a extrañar. Y lo estoy extrañando. Ya se hizo un ritual. Un hermoso y apacible ritual. Es una compañía necesaria. Que me da realmente paz. Y no porque sea Saer. A decir verdad, recién lo estoy empezando a conocer (pero, por el momento, me cae bien). Podría haber sido otro; u otra. Podría haber sido Plá. O mi querido Julio. O Herminia. O Emma. Lo mismo da. En estos días atípicos -tanto como las noches- uno empieza a encontrarse también en situaciones o actitudes atípicas. En mi caso, acaso la necesidad me llevó a recuperarles. A buscarles casi desesperadamente cada noche para conectar con elles porque eso es leer a alguien: es vincularse, establecer una relación. A falta del cuerpo de amigos y amigas, familia y alumnes, las ideas, emociones y sentimientos de quienes escribieron los libros que noche a noche leo, hoy son mi bálsamo, mi paz.
Entonces, no te estoy leyendo (escuchando), Saer, porque hoy la necesidad fue más fuerte que nunca desde que comenzaran estos 15 días. Hoy, si no escribo lo que siento, me voy a morir por dentro. Hoy quiero gritarle a los vientos hasta reventar, aunque sólo quede tiempo en mi lugar. Fue mucho el tiempo guardándolo, siempre con otras “prioridades”. Muchas sensaciones desde entonces. Algunas canciones. La primera fue Imagine. Caminando, a los pocos días de aislamiento por las calles desiertas, rumbo al supermercado, incrédulo, atónito, angustiado. Pensando en si de una buena vez por todas entenderemos que lo que único que realmente importa es compartir con el otro, sin posesiones, en una única hermandad y sororidad. Por supuesto, dirán que soy un soñador, o un cursi. Y tal vez. También pensaba en Promesas sobre el bidet, en los calambres en el alma. En a veces estar tan bien, y a veces tan down. Y luego Harrison cantando que todas las cosas deben pasar. ¿Cuándo pasará esto?