martes, 31 de marzo de 2020

Debería estar leyendo a Saer

Debería estar leyendo a Saer. Quisiera estar leyendo a Saer. Ahora, en este momento, a las nueve de la noche. Y lo voy a extrañar. Y lo estoy extrañando. Ya se hizo un ritual. Un hermoso y apacible ritual. Es una compañía necesaria. Que me da realmente paz. Y no porque sea Saer. A decir verdad, recién lo estoy empezando a conocer (pero, por el momento, me cae bien). Podría haber sido otro; u otra. Podría haber sido Plá. O mi querido Julio. O Herminia. O Emma. Lo mismo da. En estos días atípicos -tanto como las noches- uno empieza a encontrarse también en situaciones o actitudes atípicas. En mi caso, acaso la necesidad me llevó a recuperarles. A buscarles casi desesperadamente cada noche para conectar con elles porque eso es leer a alguien: es vincularse, establecer una relación. A falta del cuerpo de amigos y amigas, familia y alumnes, las ideas, emociones y sentimientos de quienes escribieron los libros que noche a noche leo, hoy son mi bálsamo, mi paz.

Entonces, no te estoy leyendo (escuchando), Saer, porque hoy la necesidad fue más fuerte que nunca desde que comenzaran estos 15 días. Hoy, si no escribo lo que siento, me voy a morir por dentro. Hoy quiero gritarle a los vientos hasta reventar, aunque sólo quede tiempo en mi lugar. Fue mucho el tiempo guardándolo, siempre con otras “prioridades”. Muchas sensaciones desde entonces. Algunas canciones. La primera fue Imagine. Caminando, a los pocos días de aislamiento por las calles desiertas, rumbo al supermercado, incrédulo, atónito, angustiado. Pensando en si de una buena vez por todas entenderemos que lo que único que realmente importa es compartir con el otro, sin posesiones, en una única hermandad y sororidad. Por supuesto, dirán que soy un soñador, o un cursi. Y tal vez. También pensaba en Promesas sobre el bidet, en los calambres en el alma. En a veces estar tan bien, y a veces tan down. Y luego Harrison cantando que todas las cosas deben pasar. ¿Cuándo pasará esto?

miércoles, 18 de marzo de 2020

Me acuerdo de


Me acuerdo de la forma dulce y pletórica de amor con la cual mi madre me miraba ni bien hube salido de su vientre. (Sigue conservando la misma mirada; yo creo que ella es un ángel, algún ser espiritual perteneciente a otra dimensión, una que no conoce la corrupción).

Me acuerdo de los nervios de mi viejo al intentar agarrarme por primera vez. El estremecimiento de su carne, el temblar de su musculatura. (Jamás pudo traducir esos sentimientos en palabras, espontáneamente, pero yo sé, porque mi sangre es su sangre, cuánto me quiere).

Me acuerdo de cómo amaba a mi señorita Patricia, y de cómo detesté que su embarazo (su hijo creciendo, vaya uno a saber cómo, dentro de su panza) la arrancara y la quitara de mi vida para siempre. (Y por esos días me consolaba comprándome todo en la galletería de la esquina de la escuela).

Me acuerdo de cómo renegué de ciertas decisiones trascendentales en mi vida, puesto que ello equivalía a ir abriendo paquetitos de figuritas, revelándose uno tras otro el contenido de cada uno de ellos. Cada apertura, una expectativa menos, una ilusión descartada, una certeza más.

Me acuerdo de cómo pactamos con mis amigos de la infancia -que serían los de toda la vida-conocernos en algún momento de la escuela primaria. (Previmos las circunstancias, el orden de aparición de cada uno en la vida del otro; fue lo único acerca de lo cual agradecí haber tenido certezas).

Me acuerdo de cuando me presentaron el listado de los amores que tendría a lo largo de toda mi vida. Y de cómo lo hice un bollo y utilicé aquel listado para fabricar una pelota de fútbol casera y ponerme a jugar con mis amigos (pero aquello no estuvo previsto). Nadie hizo ningún gol, pero lo que importaba era ir borrando los nombres con cada patada.

Me acuerdo de la primera vez que me propuse escuchar a los Beatles. Era el disco "Revolver", gentileza de un amigo. Jamás una canción me había conmovido tanto como "For no one".
There will be times
when all the things she said
will fill your head
You won't forget her.

miércoles, 4 de marzo de 2020

Siesta


Me siento en la plaza, frente a Casa de Gobierno. Es la siesta y se respira una tranquilidad pesada y calurosa, húmeda. No obstante somos muchos los que estamos acá saboreándola. Desde los bancos (yo comparto uno con un señor), desde los grupitos sentados en el pasto mientras toman agua o mate, desde el caminar transitoriamente sobre sus baldosas. Veo personas pensando, dormitando, fumando, charlando, besando o abrazando. La vida late serena en el corazón de Rosario. Una parejita se reencuentra sorpresivamente mientras ella le tapa los ojos a él desde atrás. Luego vienen los famosos abrazos de oso y besos como de gorrión. Se les ve tan felices que uno no puede más que alegrarse con ellos. En definitiva, somos parte de lo mismo. Y la humedad en el ambiente se esmera en pegotear lo que tantos pretenden separar.

domingo, 1 de marzo de 2020

Movimiento

Si me inclino suficientemente hacia abajo no llego a ver ni los árboles de afuera ni mucho menos el campo. Me recuesto de tal forma sobre el asiento, que sólo veo las nubes, arriba, lejanas. El rumor de las ruedas metálicas sobre el andén es muy suave, casi un arrullo constante. En tales circunstancias, no tengo forma de percibir el movimiento. Mirar así por la ventanilla es estar quieto. Y puedo detener y hacer andar el vagón con sólo agacharme o volver a erguirme.

Tucumán

San Miguel de Tucumán es nuestra historia, es independencia. Es la Casa Histórica (y no la "casita de Tucumán"). Es las ferias de artesanos. Es las plazas llenas de vida de todos colores, todos los días. Es los naranjos en las calles con sus frutos agrios. Y los lapachos con sus flores violetas, amarillas y blancas en el invierno. Es el omnipresente cerro San Javier observándolo todo desde el oeste. Es la ershe shesbaladiza. Es panchuque y achilata. Meta y pingo. Es 40 grados de calor y humedad en la sombra. Es la calidez humana de las personas. Es los bares increíbles que no encontré en ningún otro lugar (lástima que Managua..). Es la ensaladita de frutas infaltable en cada desayuno y merienda de café. Es deliciosa limonada con jengibre. Es licuado siempre demasiado azucarado. Es base y punto de encuentro para subir y bajar a través de sus valles. Es múltiples culturas e idiomas cruzándose y enriqueciéndose en un hostel. Es vínculos que se tejen. Es Atahualpa cantándole a la luna en los campos de Acheral. Es la "Negra" Sosa estremeciéndote el alma con esa voz infinita. Es sangre de pueblos originarios. Pueblo de Tukma. Es el maravilloso tren. Es caña de azúcar trabajada por obreros que buscan "ganarse la vida". Es el "familiar" que los amedrentaba en los ingenios. Es decenas o cientos de changuitos pidiéndote una moneda en la calle (a esta hora exactamente, hay un niño en la calle). Es las peñas y el folclore latiendo en las venas. Es las empanadas más ricas que probé en mi vida (siempre que no les falte limón). Es las esculturas de Lola Mora. Es mi queridísimo amigo transgeográfico, Charly. Es la paz en la fuente de las tortugas del Lillo. La superpoblación de gente caminando amontonada como "hormiguero pateao'" en el microcentro. Es parte de un pasado hermoso y de un futuro aún mejor (mañana es mejor). Es inacabable. Es volver una y otra vez, como a un primer amor. Es regazo maternal. Mi segunda casa. Una ciudad que amo. "Tucson City". SMT. smt.