viernes, 24 de abril de 2020

All terra

Lo tenés todo y te extraño tanto.
Extendés mi mundo
Expandís mis horizontes
Revitalizás mis músculos, mi sangre.
Me regalás calle, sol y flores. 
La brisa y la música se vuelven una estando con vos
Y el afuera y mis adentros vibran sincrónicamente.

En tu compañía me siento fuerte, autosuficiente
Desde arriba tuyo miro al mundo con jactancia.
Tiempo y espacio se ponen de rodillas 
frente a tu andar rodante.
Tus cadenas me liberan
Y la vida es mágica cuando transcurre
entre pedales, ruedas y rayos infinitos.

domingo, 19 de abril de 2020

Feel good Inc.


Probablemente, la imagen que mejor define mis sensaciones en este momento. Mezcla de melancolía y optimismo. Una caricatura, en una isla, a la que falta una dimensión para ser plenamente. Pero también una guitarra y un castillo ambulante a lo Miyazaki emergiendo con ímpetu entre las nubes que parecen oscurecer el presente. Una melodía que invita a sentirse bien. Y una reminiscencia irrevocable a las mañanas de bicicleta, sol, gorillaz y gente en la calle que ya volverán.

sábado, 18 de abril de 2020

Axolotes

La sensación es tan extraña en este punto. No sé si ubicar primero la "s" o primero la "u". Pero aquella vivencia de mañana de bici en febrero resulta tan reveladora vista en retrospectiva. Y la plazoleta y 2-D. Es tan extraño todo esto. Mover las piernas por más de un minuto y en línea recta. Desplazarse más de diez metros sin parar. Las calles casi vacías. El silencio. Los barbijos cubriendo las emociones contrariadas de las pocas personas que cruzo. Todo digno de un buen libro de Aldous Huxley o una película de Buñuel. Mezcla de ciencia ficción y surrealismo. Las hasta ahora nunca vistas colas en la vereda con sus dos metros de distancia entre clientes. El tiempo que pasa mientras uno disfruta tener que esperar y dilatar el retorno al hogar, más estrecho y hermético que nunca. Y esto pensando en quienes tienen dónde volver. Esa es la herida más lascerante de todas: los que ya debían vivir en un mundo opresor y desdibujado, oscuro y con el peligro a cada vuelta de esquina. Cuánto que falta el calor humano, el abrazo, el cosquilleo de una voz en las orejas. Y cuánto falta la libertad. Ahora comprendo cabalmente los movimientos erráticos y exasperantes de un animal en cautiverio. Ahora somos nosotros los que estamos del otro lado del vidrio, como si axolotes salidos de un cuento de Cortázar nos dejaran adentro, debiendo vivir sus opacas existencias de acuario. Espero tanto el paseo en bici, el viento en la cara, el calor de una mano, la humedad de un beso. Sigo sin lograr definir si ubicar primero la "s" o la "u". Sin lograr precisar si eso que entendí durante aquella mañana de música y bici fue casualidad o causalidad.

Felicidad meridiana

Lo maravilloso es que me dijo "Chau, querido". También la ferretería con el frente cubierto de hojas amarillas y la extrañeza de caminar a tres cuadras de tu casa después de un mes de no hacerlo. Pero sobre todo  el "Chau, querido". Juro que no lo conozco. Y juro que en la vibración de su voz no había frecuencia alguna de indiferencia, conveniencia o cinismo. Eran palabras sentidas. Como la sonrisa que adiviné detrás del barbijo de la cajera del súper. El brillo repentino de sus ojos confirmaba lo que su medio rostro cubierto insinuaba estremeciéndose casi imperceptiblemente. Y uno que necesita tanto esas cosas por estos días. 

Y es que por unos cuarenta y cinco meridianos minutos fui feliz. Y fui feliz con tan poco. Sintiendo caer el sol directamente sobre mi piel y mi pelo, entreteniéndome con los movimientos de las hojas de los árboles, caminando por primera vez una calle olvidada a tres cuadras de mi casa. Podría decirse tranquilamente que estaba en Colombia, Marcos Paz o Nueva Zelanda. Todo era tan nuevo y atractivo y llamativo en esa calle. El ventanal abierto dejando ver el disco "Piano Bar" en la pantalla de la tele fue una caricia adicional. Aunque la primera vez no escuchara nada. Y aunque la segunda vez sólo oyera vagamente un acorde que no logré reconocer.

No puede ser que tras esto no entendamos que la vida pasa por ahí. Por el "Chau querido", por la sonrisa que trasciende el barbijo, por la libertad de andar, por el descubrimiento de un barrio nuevo, de un disco, de un amor. Y después compartirlo con un amigo, mate o birra de por medio.

jueves, 16 de abril de 2020

Ojos de aleph

Desde hace dos noches te erigiste
en custodia de mis sueños
y guardiana de mi carne.
Caracola enrollada a mi lado
me entregaste calor y serenidad,
me regalaste vínculo.
Con sabiduría de milenios me cuidaste
me mostraste el camino.
Y mi noche fue otra,
clara, plácida, renovadora.
Desde entonces siento 

que en la hora del sueño me mirás diferente
con tus ojos de aleph.
Me mirás como con gravidez
Y yo me entrego al descanso
feliz.

sábado, 4 de abril de 2020

El viaje

El viaje es un tanto anárquico. Pero es lícito siempre y cuando no me salga de estas cuatro paredes. Primero salto al enero tucumano, luego a una Rosario diez años más joven, vuelvo a la actualidad de mi barrio y un poco más tarde (o más temprano) también me atrevo a coquetear con el futuro, del que no logro discernir su geografía. En el camino acompaña Aristimuño, de fondo; ese Aristimuño con el que finalmente coincidí después de tanto tiempo. Las luces amarillas de las calles dejan ver el delicado y sutil pelaje de mi gata, circunscribiéndole toda su anatomía. Se ve tan linda con esos detalles dorados embelleciéndole el cuerpo. Me percato de que la luz de la casa de enfrente no es amarilla sino blanca. Y entonces la pequeña gran pregunta: ¿por qué? El dejo folclórico del disco que suena me impregna de sensaciones tucumanas, que recuerdo y a la vez vislumbro. Eso me anima y concibo el primer proyecto concreto, a través del cual logro tirar una línea que se instala en un futuro holgado e irrestricto, donde se respira brisa en la cara y vino norteño y guitarras rasgándose hasta dejar el alma. Un bienestar y como una ligera expansión me invaden. De repente la música se corta y sobrevienen un silbido interno y algunos grillos (y más allá, una melodía imprecisa). Vuelvo al por qué de las luces y este me lleva -acaso inexplicablemente- al "puede ser", tentándome a analizar los pros y contras de llevarlo caprichosamente a uno y otro lado de mi deseo. El aislamiento puede volver sustanciales asuntos otrora triviales. El sonido electrónico (maravillosamente mixturado con el folclórico) de "Ese asunto de la ventana" ya ha hecho lo suyo y también me lleva hasta Björk; pero a aquella Björk de mis años difíciles, haciendo cada vez más variopinto el collage de sensaciones. Hasta que el hambre irrumpe con fuerza arrancándome de mi aventura. Es momento de cocinar. La panza quiere estar llena. Y el corazón, contento.