martes, 24 de septiembre de 2013

Vértigo

Vértigo. Vértigo para irme a dormir. Vértigo para levantarme. Vértigo para desayunar. Para ir al trabajo. Para llegar al trabajo. Para trabajar. Para salir del trabajo. Para llegar a mi casa. Para descansar un rato. Para levantarme y hacer algo (y de ser posible, varios, muchos algos). Para cenar. Para bañarme. Para irme a dormir otra vez. Vértigo para ponerme a escribir esto. Vértigo.

Hace mucho tiempo que vivo en permanente estado de vértigo. Hace mucho tiempo que no me detengo. Que no percibo con plenitud las cosas. Con claridad. Con densidad. Hace mucho tiempo que (casi) todo pasa delante de mí como si nada. (Siniestra condición del vértigo que no me da tiempo a tomar conciencia de ello.) O mejor dicho –y he aquí lo esperanzador, el haz de luz que se cuela por la hendija-, que yo paso delante de las cosas como si nada. Cuánto hace que no me detengo a observar y escuchar a una pareja de horneritos cantar a dúo. Cuánto hace que no me detengo a observar las curiosas y graciosas conductas de los perros de la calle. Cuánto hace que no observo las nubes, la luna, las estrellas. Que no me detengo en las texturas, los aromas, los colores. Que no siento el mundo latiendo a mi alrededor. Que no sincronizo con la mirada del otro, ni me abandono a vibrar en la frecuencia de su voz. (Y eso es muy peligroso: no sólo descuido sus valores; también sus problemas.) Cuánto hace que no vivo en el presente sino en el constante correr hacia el futuro, hacia lo que viene (y nunca termina de llegar).



Por suerte, siempre hay cosas que me abofetean lo suficientemente fuerte como para arrancarme –al menos por un momento- de semejante enajenación. La risa de algún chico. La inesperada irrupción del olor a tierra mojada. Una canción especial. Una frase. Una caricia. O la simple y terrible ansiedad, espontánea, asfixiante, sólo en apariencia injustificada. Es preciso recuperar ese contacto y ese vínculo genuinos con el mundo, con las personas. La serenidad del ahora. “Quién me quita la paz de la tortuga” reza un poema norteño (será por eso que me fascinan tanto). Reivindicar el cliché: “Primero lo importante; después lo urgente”. Y que el vértigo quede relegado sólo a la (gran) película de Hitchcock.  

lunes, 29 de julio de 2013

(Intacta) Esperanza

Pretendemos que haya trabajo, salud, educación, seguridad –en definitiva, que el país marche (bien) en términos socio-económicos- pero nos quejamos de que no podemos importar tal o cual “producto” y no nos queda otra que comprar las porquerías que hacen en Argentina (porque lo de afuera –por definición- siempre es mejor). ¿Cómo puede hacer un país para crecer y no estancarse si se limita a “generar” ganancias sólo a través de la venta de materias primas, –que, dicho sea de paso, son propiedad de una minoría-? ¿Cómo vamos a tener una industria de calidad si siempre la menospreciamos y elegimos la foránea? Porque para mejorar se necesitan recursos; los cuales no florecen del suelo como –sólo por el momento- el petróleo. Se trata de un proceso dinámico. Es como el típico bar que insiste en pedir, en carácter de “excluyente”, mozos con experiencia. ¿Cómo podría uno tenerla si nunca se puede entrar en el mercado laboral? Es un círculo vicioso y cerrado herméticamente. ¿Y cómo podemos pedir seguridad cuando nosotros, día a día, arrebatamos y hasta dejamos agonizando la dignidad y la confianza de nuestra gente más cercana? Y casi sin darnos cuenta. A veces pedimos mucho para lo poco que damos. O resulta que levantar torres junto al río es descabellado, pero tirar el pucho o el boleto inútil en la calle no lo es; quizá hasta algunos crean que es un acto patriótico. Y ¡ay! de pretender trabajar menos o ganar más. Los que lo hacen –unos vagos desagradecidos- quizá ignoran el ejército de pobres que hay detrás, a la espera de una oportunidad para empeñar su amor propio. ¡Y por mucho menos! Y qué fácil es inventarnos un chivo expiatorio: si no es el gobierno deben ser los negros de m… A veces pareciera que nos esforzamos por obtener el mote de “seres viles y egoístas”. Por suerte, muchos –sí,  muchos- demuestran, en cada momento y en cada lugar, que otro camino es posible. Y entonces mi esperanza permanece intacta.  

jueves, 25 de julio de 2013

Todos los caminos conducen al Otro

Corrían las siete de la tarde cuando mi partido comenzó. Digo mi partido, porque yo me  jugaba más que una victoria en el fútbol. Prácticamente desde el primer día venía perdiendo todos mis partidos. Sí, todos. El ganador no era otro que el perdedor mismo; es decir, yo. Había utilizado todo tipo de recursos, tácticas y estrategias para salir victorioso. Pero casi siempre en vano. Cambiaron los equipos, los jugadores, las camisetas, las medias altas, las medias bajas, los resultados. Curiosamente en la cancha casi todos eran empates. No sé si porque éramos muy buenos, o muy malos. Pero en mi cancha –que más que verde, era negra- todas eran derrotas. No sé por qué me costaban tanto esos partidos. Lo más gracioso es que los sábados todo era diferente. Ahí era un Messi en mis encuentros. Pero sólo ahí. Luego volvía, irremediablemente, a las ligas menores de mi preciada psique. Pero hoy todo comenzó de manera diferente. Un poco más rojinegro, las medias bajas, los amigos cerca. Y la charla previa de Mauri. No tanto por lo que dijo –que fue muy importante y atinado- sino porque me lo dijo. La calidez en la cancha crecía y era mucha pese a las bajas temperaturas. Jugadas, goles (míos no; no entiendo por qué no se me dan acá, cuando sí allá; jugadas idénticas, o en esencia, muy distintas entre sí), corridas extenuantes a la vez que estimulantes, y el palo. Como la montaña no iba a Mahoma, yo fui al palo. Y cómo fui. Finalizaba un partido para mí, pero otro continuaba. Otro en el que por fin estaba saliendo victorioso. Y en esos últimos minutos, la cosa terminó en goleada. El afecto y la contención de todos mis compañeros y amigos, la preocupación sincera, los chistes. El perfume y los colores de una flor, la noche invernal en la ciudad, los taxis, la paz de un sanatorio tranquilo, los rayos X, la increíble remontada del Mineiro, y el diagnóstico feliz: la placa no muestra nada; en unos diez días podrás volver a jugar. Y desde entonces, apenas unas horas, espero ese momento. Volver a jugar a la pelota con los chicos y seguir superando a ese rival tan talentoso, con actitud, voluntad y esfuerzo. Emular a Leo, al menos con mi carácter.

viernes, 17 de mayo de 2013

Cortita y al pie

Me fascinan las estrellas, la Tierra y la tierra, el agua, los árboles; amo profundamente a los animales; pero son los demás seres humanos quienes dan verdadero sentido a esta vida. No hay biología, filosofía o teología alguna que pueda refutar esto. (Dejando de lado, por estar en otro plano, cuestiones de fe.)

viernes, 22 de febrero de 2013

¡Eureka!


¡Eureka! "Dejá de quejarte, que hay gente mucho peor que vos. Los tuyos no son problemas importantes como los de aquellos." Un ejército de pobres y marginados (que, claro, sí, obvio, están peor que uno). Suficiente para generar la percepción relativa de que "estamos bien". La mejor manera de mantener a todo el mundo tranquilito, pasivo y hasta contento. Funcionales a los intereses de los poderosos. Que a esta altura ya no sé ni quiénes son ni qué persiguen. (Más poder: es la única respuesta razonable que se me ocurre. Porque, ¿dinero? Hace siglos que deben tener suficiente como para gastar y derrochar hasta que se apague nuestro sol, y más. De todos modos, nunca podré comprender -por suerte- esa obsesión por el poder. O, mejor dicho, necesidad, porque intuyo que ya uno se vuelve esclavo de éste. O sea que "tener poder": ¡minga! Ni los poderosos pueden jactarse de no tener problemas.) La mejor manera de mantener el orden establecido -el de su conveniencia-, naturalizándolo y pintándolo de confortable, agradable, acaso -para algunos- de justo. Y nosotros compramos. "Sí, la verdad es que no me puedo quejar. No debo pensar que puede ser de otra manera, mejor. Hay tantos que la pasan "realmente" mal. Mejor aceptar el mundo así, tal como está. Total, yo, es cierto, estoy bastante bien." ¿Ideas de cambio? ¡No! Simplemente no llegan a concebirse. Hay que ganarse el pan trabajando, "como debe ser" (tal vez sí, pero, ¿por qué?), y queda poco tiempo libre para pensar en cosas como éstas. ¡Uy! ¡Mirá! ¡El nuevo I-Phone viene con inodoro incorporado!.. ¡Quiero!

martes, 29 de enero de 2013

¿Sociobiología o el rap de las hormigas?


Es curioso cómo nos parecemos a las hormigas cuando salimos a correr por los parques. O, al menos, por los parques de Rosario, aquellos que costean el río. (¡Nunca logré ser plenamente conciente de lo que significa tener el Paraná a cinco cuadras de mi casa!) No me había percatado hasta el momento, pero son llamativas las similitudes. Por empezar, corremos uno detrás del otro y dejando un caminito. Cierto es que las áreas propicias para tal fin a disposición del deportista no son muy extensas, pero no menos cierto es que uno –la mayoría-, casi inconscientemente, tiende a correr por el camino preexistente. Las hormigas van dejando –e intercambiando- en su camino señales químicas. Me pregunto si con nosotros pasará lo mismo. Creo haber escuchado una vez que a través de nuestra transpiración (los mamíferos) liberamos alguna que otra feromona, las cuales sirven para comunicarse con los demás, enviando “mensajes” bastante específicos aunque no sean mediados por el lenguaje. Incluso podrían actuar como una señal de pertenencia, sirviendo así a la cohesión social de un grupo o de los individuos (de una misma especie) que se encuentran o transitan en el entorno. (Siempre recuerdo que me decían que no tocara a un pichoncito si lo encontraba caído en el suelo, porque la madre lo abandonaría.) Yo pienso que algo de eso debe haber. Que debe haber algo (¿en el aire?) que nos mantiene unidos, que hace que disfrutemos estar en compañía de los demás, que sintamos tranquilidad al estar rodeados de gente. Esto es lo que yo siento cada vez que salgo a correr –y en todo momento- y estoy convencido de que muchos sentirán lo mismo. No debo ser el único al que la sensación de que la mayoría de los que corren junto a mí me ayudaría sin pensarlo si algo me pasara en el camino, llena de tranquilidad y gratitud. También es frecuente encontrarse con algún conocido en el trayecto, pararse unos segundos para saludarlo o intercambiar unas palabras y luego seguir cada uno en sendas direcciones (muchas veces opuestas), cual hormigas dialogando a través de sus antenas. No debe haber grandes diferencias, vistas desde un plano áereo, entre una escena y la otra.
Las hormigas son una de las especies animales sociales por excelencia; aunque dicho carácter –la eusocialidad- presenta matices diferentes con respecto a nuestra socialidad. No obstante, hemos desarrollado, como especie, tendencias sociales tan fuertes y determinantes, que no se puede concebir la vida humana sin el otro. Aquí no se trata de reinas y zánganos (¿o sí?) –aunque sí de obreros y división de tareas-  pero pensarnos sólos en el mundo es sabernos psíquica y físicamente muertos. Porque somos incapaces de sobrevivir sin cooperación. Y, quizá, más importante aún, intrínseco de nuestra naturaleza humana: cualquier actividad, trabajo, profesión, composición artística, cualquier tipo de expresión, emocional o intelectual, cualquier forma de conocimiento y toda causa por la cual luchar (así como la lucha misma) carecen totalmente de sentido y -más aún- su condición de posibilidad es nula, si no es en la interacción e interrelación con un otro. All you need is love.

jueves, 24 de enero de 2013

La flor de mi jardín



Me siento feliz. (No debo temer a este sentimiento, sino alimentarlo y potenciarlo con la elección, la voluntad y la acción.) Aunque te extrañe, por momentos quizá angustiosamente, me siento feliz. El fundamento de esta felicidad no soy yo, ni vos, sino nosotros. Porque somos uno y dos a la vez. Singularidades que, eligiéndose libremente -una y otra vez-, se realizan en la pluralidad y (se) trascienden en la universalidad del amor.

miércoles, 16 de enero de 2013

Instinto (social)


¿No es maravilloso el sentimiento que –inexorablemente- nos invade al alzar un bebé o un niño en brazos, esto es, la profunda motivación, convicción y certeza de que daríamos la vida por estas criaturas, aún no teniendo ellas relación o parentesco alguno con nosotros?

Y no se trata de una imposición cultural, señores. No. Hablamos del más puro instinto. De cientos de miles de años forjando una conducta que prioriza, ante todo, el beneficio y la continuidad de nuestra especie, la supervivencia y reproducción de nuestros congéneres –en especial, los más vulnerables-. Lo cual da cuenta de nuestra naturaleza netamente social. En esta lucha eterna entre tendencias afiliativas y altruistas versus aquellas competitivas y egoístas (que, sí, existen, muy necio sería negarlo), predominan las primeras. Por eso estamos acá. Por eso puedo estar escribiendo esto. Sospecho que, por el contrario, son elementos inherentes a nuestra cultura y civilización los que han ido inclinando la balanza hacia las últimas. Pero creo que éstos no son esenciales sino que han sido, antes bien, coyunturales, acaso fortuitos. Por lo que –lejos de caer en una actitud derrotista, demonizando y condenando nuestros logros en tanto hombres y mujeres creadores de cultura- estamos aún a tiempo de corregir estos elementos perjudiciales. La clave –creo- está en recurrir a nuestra esencia más íntima y profunda, aquella naturaleza social (que dicen, fue –quizá paradójicamente- una de las principales fuerzas impulsoras del desarrollo de nuestra excepcional inteligencia) cuya fuerza es tal que trascendió los grupos o clanes o tribus más inmediatas, alcanzando a individuos de cualquier parte del mundo que habitamos. Y más aún, extendiose al resto de las especies vivientes y a la naturaleza toda. Cabe aclarar, que este planteamiento no se circunscribe a una concepción materialista, ya que nada impide -pienso- que algún dios o deidad superior haya configurado la materia a partir de la cual, nosotros, construimos nuestra propia historia. Cada uno es libre de elegir en qué creer. Lo importante acá es tomar acabada conciencia de la situación de exclusión, desigualdades y miserias -así como de la creciente devastación de nuestro entorno- que estamos viviendo y actuar. Actuar haciendo prevalecer y movilizados por estas tendencias sociales. Y transformar el mundo. O al menos intentarlo. Una y otra vez. Indefinidamente. Acaso sea lo que en gran parte defina nuestra condición humana.