miércoles, 16 de enero de 2013

Instinto (social)


¿No es maravilloso el sentimiento que –inexorablemente- nos invade al alzar un bebé o un niño en brazos, esto es, la profunda motivación, convicción y certeza de que daríamos la vida por estas criaturas, aún no teniendo ellas relación o parentesco alguno con nosotros?

Y no se trata de una imposición cultural, señores. No. Hablamos del más puro instinto. De cientos de miles de años forjando una conducta que prioriza, ante todo, el beneficio y la continuidad de nuestra especie, la supervivencia y reproducción de nuestros congéneres –en especial, los más vulnerables-. Lo cual da cuenta de nuestra naturaleza netamente social. En esta lucha eterna entre tendencias afiliativas y altruistas versus aquellas competitivas y egoístas (que, sí, existen, muy necio sería negarlo), predominan las primeras. Por eso estamos acá. Por eso puedo estar escribiendo esto. Sospecho que, por el contrario, son elementos inherentes a nuestra cultura y civilización los que han ido inclinando la balanza hacia las últimas. Pero creo que éstos no son esenciales sino que han sido, antes bien, coyunturales, acaso fortuitos. Por lo que –lejos de caer en una actitud derrotista, demonizando y condenando nuestros logros en tanto hombres y mujeres creadores de cultura- estamos aún a tiempo de corregir estos elementos perjudiciales. La clave –creo- está en recurrir a nuestra esencia más íntima y profunda, aquella naturaleza social (que dicen, fue –quizá paradójicamente- una de las principales fuerzas impulsoras del desarrollo de nuestra excepcional inteligencia) cuya fuerza es tal que trascendió los grupos o clanes o tribus más inmediatas, alcanzando a individuos de cualquier parte del mundo que habitamos. Y más aún, extendiose al resto de las especies vivientes y a la naturaleza toda. Cabe aclarar, que este planteamiento no se circunscribe a una concepción materialista, ya que nada impide -pienso- que algún dios o deidad superior haya configurado la materia a partir de la cual, nosotros, construimos nuestra propia historia. Cada uno es libre de elegir en qué creer. Lo importante acá es tomar acabada conciencia de la situación de exclusión, desigualdades y miserias -así como de la creciente devastación de nuestro entorno- que estamos viviendo y actuar. Actuar haciendo prevalecer y movilizados por estas tendencias sociales. Y transformar el mundo. O al menos intentarlo. Una y otra vez. Indefinidamente. Acaso sea lo que en gran parte defina nuestra condición humana.   

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