Es curioso
cómo nos parecemos a las hormigas cuando salimos a correr por los parques. O,
al menos, por los parques de Rosario, aquellos que costean el río. (¡Nunca
logré ser plenamente conciente de lo que significa tener el Paraná a cinco
cuadras de mi casa!) No me había percatado hasta el momento, pero son llamativas
las similitudes. Por empezar, corremos uno
detrás del otro y dejando un caminito. Cierto es que las áreas propicias
para tal fin a disposición del deportista no son muy extensas, pero no menos
cierto es que uno –la mayoría-, casi inconscientemente, tiende a correr por el
camino preexistente. Las hormigas van dejando –e intercambiando- en su camino
señales químicas. Me pregunto si con nosotros pasará lo mismo. Creo haber
escuchado una vez que a través de nuestra transpiración (los mamíferos)
liberamos alguna que otra feromona, las cuales sirven para comunicarse con los
demás, enviando “mensajes” bastante específicos aunque no sean mediados por el
lenguaje. Incluso podrían actuar como una señal
de pertenencia, sirviendo así a la cohesión social de un grupo o de los
individuos (de una misma especie) que se encuentran o transitan en el entorno.
(Siempre recuerdo que me decían que no tocara a un pichoncito si lo encontraba
caído en el suelo, porque la madre lo abandonaría.) Yo pienso que algo de eso
debe haber. Que debe haber algo (¿en el
aire?) que nos mantiene unidos, que hace que disfrutemos estar en compañía
de los demás, que sintamos tranquilidad al estar rodeados de gente. Esto es lo
que yo siento cada vez que salgo a correr –y en todo momento- y estoy
convencido de que muchos sentirán lo mismo. No debo ser el único al que la
sensación de que la mayoría de los que corren junto a mí me ayudaría sin
pensarlo si algo me pasara en el camino, llena de tranquilidad y gratitud. También es frecuente encontrarse con algún conocido en el trayecto, pararse unos segundos para saludarlo o intercambiar unas palabras y luego seguir cada uno en sendas direcciones (muchas veces opuestas), cual hormigas dialogando a través de sus antenas. No debe haber grandes diferencias, vistas desde un plano áereo, entre una escena y la otra.
Las
hormigas son una de las especies animales sociales por excelencia; aunque dicho
carácter –la eusocialidad- presenta
matices diferentes con respecto a nuestra socialidad. No obstante, hemos desarrollado, como especie, tendencias sociales tan fuertes y determinantes, que no
se puede concebir la vida humana sin el
otro. Aquí no se trata de reinas y zánganos
(¿o sí?) –aunque sí de obreros y división de tareas- pero pensarnos sólos en el mundo es sabernos psíquica y físicamente muertos. Porque
somos incapaces de sobrevivir sin cooperación.
Y, quizá, más importante aún, intrínseco de nuestra naturaleza humana: cualquier
actividad, trabajo, profesión, composición artística, cualquier tipo de
expresión, emocional o intelectual, cualquier forma de conocimiento y toda
causa por la cual luchar (así como la lucha misma) carecen totalmente de
sentido y -más aún- su condición de posibilidad es nula, si no es en la interacción e interrelación con un otro. All you need is love.
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