¿No es
maravilloso el sentimiento que –inexorablemente- nos invade al alzar un bebé o
un niño en brazos, esto es, la profunda motivación, convicción y certeza de que
daríamos la vida por estas criaturas, aún no teniendo ellas relación o
parentesco alguno con nosotros?
Y no se
trata de una imposición cultural, señores. No. Hablamos del más puro instinto.
De cientos de miles de años forjando una conducta que prioriza, ante todo, el
beneficio y la continuidad de nuestra especie, la supervivencia y reproducción
de nuestros congéneres –en especial, los más vulnerables-. Lo cual da cuenta de
nuestra naturaleza netamente social.
En esta lucha eterna entre tendencias afiliativas y altruistas versus aquellas
competitivas y egoístas (que, sí, existen, muy necio sería negarlo), predominan
las primeras. Por eso estamos acá. Por eso puedo estar escribiendo esto.
Sospecho que, por el contrario, son elementos inherentes a nuestra cultura y
civilización los que han ido inclinando la balanza hacia las últimas. Pero creo
que éstos no son esenciales sino que han sido, antes bien, coyunturales, acaso
fortuitos. Por lo que –lejos de caer en una actitud derrotista, demonizando y
condenando nuestros logros en tanto hombres y mujeres creadores de cultura- estamos
aún a tiempo de corregir estos elementos perjudiciales. La clave –creo- está en
recurrir a nuestra esencia más íntima y profunda, aquella naturaleza social (que
dicen, fue –quizá paradójicamente- una de las principales fuerzas impulsoras
del desarrollo de nuestra excepcional inteligencia) cuya fuerza es tal que
trascendió los grupos o clanes o tribus más inmediatas, alcanzando a individuos
de cualquier parte del mundo que habitamos. Y más aún, extendiose al resto de
las especies vivientes y a la naturaleza toda. Cabe aclarar, que este
planteamiento no se circunscribe a una concepción materialista, ya que nada
impide -pienso- que algún dios o deidad superior haya configurado la materia a partir de
la cual, nosotros, construimos nuestra propia historia. Cada uno es libre de
elegir en qué creer. Lo importante acá es tomar acabada conciencia de la
situación de exclusión, desigualdades y miserias -así como de la creciente devastación
de nuestro entorno- que estamos viviendo y actuar. Actuar haciendo prevalecer y movilizados por estas
tendencias sociales. Y transformar el
mundo. O al menos intentarlo. Una y otra vez. Indefinidamente. Acaso sea lo que en gran parte defina nuestra condición humana.