martes, 29 de enero de 2013

¿Sociobiología o el rap de las hormigas?


Es curioso cómo nos parecemos a las hormigas cuando salimos a correr por los parques. O, al menos, por los parques de Rosario, aquellos que costean el río. (¡Nunca logré ser plenamente conciente de lo que significa tener el Paraná a cinco cuadras de mi casa!) No me había percatado hasta el momento, pero son llamativas las similitudes. Por empezar, corremos uno detrás del otro y dejando un caminito. Cierto es que las áreas propicias para tal fin a disposición del deportista no son muy extensas, pero no menos cierto es que uno –la mayoría-, casi inconscientemente, tiende a correr por el camino preexistente. Las hormigas van dejando –e intercambiando- en su camino señales químicas. Me pregunto si con nosotros pasará lo mismo. Creo haber escuchado una vez que a través de nuestra transpiración (los mamíferos) liberamos alguna que otra feromona, las cuales sirven para comunicarse con los demás, enviando “mensajes” bastante específicos aunque no sean mediados por el lenguaje. Incluso podrían actuar como una señal de pertenencia, sirviendo así a la cohesión social de un grupo o de los individuos (de una misma especie) que se encuentran o transitan en el entorno. (Siempre recuerdo que me decían que no tocara a un pichoncito si lo encontraba caído en el suelo, porque la madre lo abandonaría.) Yo pienso que algo de eso debe haber. Que debe haber algo (¿en el aire?) que nos mantiene unidos, que hace que disfrutemos estar en compañía de los demás, que sintamos tranquilidad al estar rodeados de gente. Esto es lo que yo siento cada vez que salgo a correr –y en todo momento- y estoy convencido de que muchos sentirán lo mismo. No debo ser el único al que la sensación de que la mayoría de los que corren junto a mí me ayudaría sin pensarlo si algo me pasara en el camino, llena de tranquilidad y gratitud. También es frecuente encontrarse con algún conocido en el trayecto, pararse unos segundos para saludarlo o intercambiar unas palabras y luego seguir cada uno en sendas direcciones (muchas veces opuestas), cual hormigas dialogando a través de sus antenas. No debe haber grandes diferencias, vistas desde un plano áereo, entre una escena y la otra.
Las hormigas son una de las especies animales sociales por excelencia; aunque dicho carácter –la eusocialidad- presenta matices diferentes con respecto a nuestra socialidad. No obstante, hemos desarrollado, como especie, tendencias sociales tan fuertes y determinantes, que no se puede concebir la vida humana sin el otro. Aquí no se trata de reinas y zánganos (¿o sí?) –aunque sí de obreros y división de tareas-  pero pensarnos sólos en el mundo es sabernos psíquica y físicamente muertos. Porque somos incapaces de sobrevivir sin cooperación. Y, quizá, más importante aún, intrínseco de nuestra naturaleza humana: cualquier actividad, trabajo, profesión, composición artística, cualquier tipo de expresión, emocional o intelectual, cualquier forma de conocimiento y toda causa por la cual luchar (así como la lucha misma) carecen totalmente de sentido y -más aún- su condición de posibilidad es nula, si no es en la interacción e interrelación con un otro. All you need is love.

jueves, 24 de enero de 2013

La flor de mi jardín



Me siento feliz. (No debo temer a este sentimiento, sino alimentarlo y potenciarlo con la elección, la voluntad y la acción.) Aunque te extrañe, por momentos quizá angustiosamente, me siento feliz. El fundamento de esta felicidad no soy yo, ni vos, sino nosotros. Porque somos uno y dos a la vez. Singularidades que, eligiéndose libremente -una y otra vez-, se realizan en la pluralidad y (se) trascienden en la universalidad del amor.

miércoles, 16 de enero de 2013

Instinto (social)


¿No es maravilloso el sentimiento que –inexorablemente- nos invade al alzar un bebé o un niño en brazos, esto es, la profunda motivación, convicción y certeza de que daríamos la vida por estas criaturas, aún no teniendo ellas relación o parentesco alguno con nosotros?

Y no se trata de una imposición cultural, señores. No. Hablamos del más puro instinto. De cientos de miles de años forjando una conducta que prioriza, ante todo, el beneficio y la continuidad de nuestra especie, la supervivencia y reproducción de nuestros congéneres –en especial, los más vulnerables-. Lo cual da cuenta de nuestra naturaleza netamente social. En esta lucha eterna entre tendencias afiliativas y altruistas versus aquellas competitivas y egoístas (que, sí, existen, muy necio sería negarlo), predominan las primeras. Por eso estamos acá. Por eso puedo estar escribiendo esto. Sospecho que, por el contrario, son elementos inherentes a nuestra cultura y civilización los que han ido inclinando la balanza hacia las últimas. Pero creo que éstos no son esenciales sino que han sido, antes bien, coyunturales, acaso fortuitos. Por lo que –lejos de caer en una actitud derrotista, demonizando y condenando nuestros logros en tanto hombres y mujeres creadores de cultura- estamos aún a tiempo de corregir estos elementos perjudiciales. La clave –creo- está en recurrir a nuestra esencia más íntima y profunda, aquella naturaleza social (que dicen, fue –quizá paradójicamente- una de las principales fuerzas impulsoras del desarrollo de nuestra excepcional inteligencia) cuya fuerza es tal que trascendió los grupos o clanes o tribus más inmediatas, alcanzando a individuos de cualquier parte del mundo que habitamos. Y más aún, extendiose al resto de las especies vivientes y a la naturaleza toda. Cabe aclarar, que este planteamiento no se circunscribe a una concepción materialista, ya que nada impide -pienso- que algún dios o deidad superior haya configurado la materia a partir de la cual, nosotros, construimos nuestra propia historia. Cada uno es libre de elegir en qué creer. Lo importante acá es tomar acabada conciencia de la situación de exclusión, desigualdades y miserias -así como de la creciente devastación de nuestro entorno- que estamos viviendo y actuar. Actuar haciendo prevalecer y movilizados por estas tendencias sociales. Y transformar el mundo. O al menos intentarlo. Una y otra vez. Indefinidamente. Acaso sea lo que en gran parte defina nuestra condición humana.